Fantasías de poder, parte I: Bárbaros musculosos y frikis alfa

Este artículo no sería lo que es sin la ayuda de mis precioses seguidores de Twitter: Héctor Saz, Ania al Revés, Victoria Álvarez, VinLena, Diana Gutiérrez, Fonseca, Marina Tena, Emperardilla, Dagmar Sola, Q_uiop, Entropía, Ce, Raül Sala, Elvina GS y Alipori. Gracias a todes por vuestras estupendas sugerencias ^^

Advertencia: en este artículo voy a hablar, entre otras cosas, de violencia sexual y física contra las mujeres. Las menciones son de pasada dado que no es el tema principal, pero nunca está de más cuidarse.

 

¿En qué nos quedamos el mes pasado? Ah, en las fantasías de poder. (se pone las gafas de la presbicia). Vamos allá.

La ficción, por muy realista que sea, es siempre fantasía, pues nos ofrece escenarios imaginarios que recorrer, y personajes en los que proyectarnos. La empatía juega un papel fundamental; no se trata ya solo de que nos importe lo que le pase a los personajes, si no que muchas veces imaginamos que somos ellos. Nos gusta jugar a ser ellos. ¿Cómo si no vivir todas esas inverosímiles aventuras? Existen muchos tipos de fantasía: hay fantasías sexuales, por supuesto (deja de fingir que no es lo primero que has pensado, te he visto la cara), pero también hay fantasías románticas, fantasías de consuelo y de venganza, e incluso fantasías que nos hacen pasarlo deliciosamente mal, como la literatura de terror. Todas cubren algún tipo de deseo o necesidad emocional. En ellas buscamos el añorado cosquilleo de un primer amor perfecto, la exploración de pensamientos o actos que nos dan miedo y curiosidad a la vez, o simplemente la reafirmación de que las cosas van a ir bien cuando la vida real empieza a pesarnos demasiado.

O un escenario en el que siempre triunfamos sobre quienes nos afrentan, donde recibimos reconocimiento y recompensas por ser quienes somos, donde podemos superar esas flaquezas que nos avergüenzan o incluso imaginar que nunca existieron, donde obtenemos lo que deseamos sin que la mezquina e injusta realidad se ponga por el medio.

Esas son las fantasías de poder.

Existen tantas fantasías de poder como personas, porque la definición de “poder” es escurridiza y depende de muchísimos factores personales y ambientales. No obstante, hay factores que influyen más que otros.

Hace un rato hemos dicho que todas las fantasías cubren algún tipo de necesidad emocional en su público. ¿De dónde salen estas necesidades? ¿Cómo se crean? ¿Por qué tenemos esos deseos, y no otros?

Aaaaaaaah, la relación circular ficción-cultura ataca de nuevo.

Aunque nuestras fantasías sean completamente personales, la cultura hegemónica de la que nos hayamos alimentado ya las ha moldeado. Nos ha indicado qué es deseable y qué no, a qué triunfos debemos aspirar y qué ridículos debemos evitar. Nos ha dado ya las imágenes de cómo se ve una persona poderosa, y aun más, nos ha indicado cuánto nos podemos parecer a ella, o incluso si podemos ser ella, en primer lugar. Porque en un mundo donde no todas las personas son iguales, y el poder, definido como la capacidad de hacer tu voluntad sin consecuencias, está reservado a unas reducidas élites, las fantasías van a reproducir y reforzar este sistema, y harán que lo interioricemos como bueno.

Y por eso he dividido esta serie en dos: porque quiero analizar cómo esta desigualdad social se refleja en nuestras fantasías, usando el género como eje. En nuestro mundo, el poder se ha reservado tradicionalmente a los hombres, y las mujeres y personas no binarias no hemos tenido acceso a éste salvo a través de una agresiva resistencia (y en ésas seguimos a día de hoy, ocho de enero de 2019). Por ende, nuestra imagen mental del poder está hecha a medida de los hombres. O al menos, de la versión ideal que la sociedad tiene de un hombre.

Por supuesto, el “hombre como es debido” ha ido cambiando a lo largo de los siglos, y por ende las fantasías de poder dedicadas a ellos también. El ideal del caballero andante medieval, que triunfaba en torneos y defendía a los débiles mientras Hacía Cosas con las esposas de otros, no es exactamente la misma que la del cortesano dieciochesco, bien cultivado en las artes del debate y la filosofía pero al mismo tiempo coqueto de un modo que hoy consideraríamos femenino, aunque desde luego tienen puntos en común. Centrémonos en la cultura pop del último siglo, y veamos qué ha decantado de todos estos modelos anteriores para venderle a los hombres de hoy. ¿Cómo es este señor ideal que siempre consigue a la chica al final? ¿Qué tienen en común Conan el Cimmerio, John Wayne y Han Solo, que todos los chicos quieren ser como ellos?

Muchas respuestas saltaron en mi cabeza al plantearme la cuestión.

¡Qué loco! Estas dos señoras ligeras de ropa me han caído en el regazo sin hacer yo nada. ¿Te lo puedes creer?

Son heterosexuales y cisgénero, eso estaba claro. No podemos darle modelos queer a los muchachos, no sea que salgan gays se den cuenta de que eran LGTB todo este tiempo y crezcan pensando que tienen derecho a existir, ser felices y vivir aventuras.

Siempre consiguen a las mujeres que desean. Ya sea porque hacen cola para acostarse con ellos debido a su irresistible atractivo, u obteniendo finalmente a la mujer de la que estaban enamorados, incluso aunque ella al principio lo rechazara o estuviera con otro hombre. El único motivo por el que pueden acabar solos es porque así lo han decidido, como sacrificio supremo por el bien de la trama (eh, siempre nos quedará París, menos da una piedra); pero si el señor ha decidido que la quiere, el señor la consigue.

También son físicamente fuertes. Más o menos. Algunos tienen los pectorales de tamaño de tu cabeza y pueden reventar un melón con los muslos; otros son esbeltos y ágiles y están cómodos manipulando armas y luchando cuerpo a cuerpo. Ergo, aunque no siempre tengan potencia muscular, saben pelear e imponerse físicamente usando la violencia. En el raro caso de que no muestren ninguno de estos rasgos, los suplen con inteligencia estratégica (quédate con esto, nos será útil más tarde).

La gente los admira. Da igual que sea porque son líderes natos, porque tienen carisma o porque, quécoincidencia, son El Elegido. O porque la narración nos repite cada dos páginas que esto es así, aunque no nos haya mostrado realmente ninguna de esas cualidades. Allá donde van dejan a la gente embelesada, deseando sacrificarlo todo por su causa.

Muestran un desapego total hacia todas su emociones, salvo la ira. Ya hemos analizado varias veces cómo, en la cultura post-siglo XIX, las emociones intensas se han configurado como algo femenino que te vuelve débil y estúpido. Así que nada de llorar o de ofrecer cuidados a otros personajes. Sólo se les permite enfurecerse cuando se los ha injuriado, y en ese caso la trama nos dejará claro que tienen toda la justificación del mundo; el resto del tiempo el héroe de la fantasía de poder no sólo actúa como si no sintiera dolor, pena o afecto, si no que también se burla de las emociones de los otros personajes.

Son (casi siempre) blancos. Existen excepciones a esta regla, pero al introducir la intersección de la raza el héroe cambia. En el imaginario colectivo el hombre blanco es el depositario natural del poder; cualquier representación de un hombre racializado, por muy macho que sea, se verá afectada por los estereotipos que pesen sobre su grupo étnico. La misma violencia física que convierte a un protagonista blanco en un glorioso defensor puede hacer verse como una amenaza peligrosa a uno negro o nativo del Pacífico, mientras que raramente aparece en manos de hombres asiáticos, a los que se percibe como más débiles y afeminados.

La lista era larga y compleja, porque abarcaba muchísimos tipos diferentes de personaje. Sin embargo, no es ninguna de estas cosas (ni los músculos, ni el liderazgo, ni el desapego emocional) los que convierten a un personaje masculino en una fantasía de poder.

Es la justificación, me di cuenta. Es que todos estos personajes siempre se salen con la suya.

La trama se dobla y se tuerce para darles la razón y hacerlos lucir bien, y aun más, corre a proporcionarles cualquier cosa que necesiten para ello. ¿Necesitan aprender una destreza guerrera ahora que de repente son líderes de un ejército y todo el mundo espera que ellos lo guíen? Mostrará una habilidad sin precedentes para ella y el resto de personajes lo comentará con admiración. ¿Quieren enamorar a una chica pero se han pasado tres cuartos de la trama mintiéndole y tratándola fatal? Ella los perdonará al final, comprendiendo que son diamantes en bruto que sólo necesitan una oportunidad. ¿Su gran misión requiere de la matanza indiscriminada de cientos de personas, algo que nos horrorizaría en el mundo real? La trama se encargará de deshumanizar y demonizar previamente a esas hordas para que no nos dé pena que sean exterminadas. Si tienen un acento raro mejor que mejor.

La fuerza física, el carisma y la indiferencia son maneras de conseguir poder, pero esto es sólo el empaque exterior. El poder real, como decíamos al principio, era hacer tu voluntad, imponerla incluso, y seguir siendo el bueno de la historia.

Los mosqueteros son soldados de la Corona y por tanto su trabajo incluye matar gente. Pero no nos confundamos, la mala de la historia es Milady de Winter. Que también mata gente. Pero es… mala. (click en la imagen para un análisis del género y la raza en The Musketeers)

Muchas veces, cuando pensamos en fantasías de poder masculinas, pensamos en los personajes que hicieron famosos a Arnold Schwarzenegger o a Harrison Ford en los años ochenta. Hombres hipermasculinos, musculosos y fuertes, que cortan cabezas, arman orgías y se bañan en sangre sin que les tiemble el párpado; o antihéroes elegantes y sarcásticos, de gatillo fácil, cigarrito ladeado y señora medio desnuda en la cama (cuyo nombre no recuerdan). En John McClane o en James Bond. Sin embargo, no son ni la pistola ni los bíceps los que te confieren poder, si no la voz que narra la historia. La que nos repite hasta la saciedad, incluso contra toda evidencia, que estos protagonistas tienen razón. Y el resto de personajes, los acontecimientos, el enfoque emocional e incluso la propia coherencia interna de la historia se inclinan ante esta necesidad.

Piensa un poco. ¿Cuántas veces has leído/visto/jugado una historia con un protagonista masculino que engaña/falta el respeto a todo el mundo para conseguir algo, ya sea por el bien mayor o por su propio bienestar, y al final recibe amnistía total por sus actos y un Gran Premio Vital (amor, reconocimiento, éxito) por ello?

Sería fácil distraernos con los músculos y las pistolas láser y creer que las fantasías de poder masculinas se limitan a eso, y que una vez desvanecido ese arquetipo de macho alfa hemos acabado con el problema. Hoy en día los chicos ya no ansían ser Conan o Han. Al menos no tanto como antes. Pero el cine, la televisión, la literatura y los videojuegos nos siguen ofreciendo una y otra vez fantasías de poder en las que estos chicos se pueden insertar. Quizá fantasías menos hiperbólicas, con menos peleas y menos esteroides, pero que mantienen intacto el mensaje subyacente: el protagonista masculino siempre tiene razón, y el mundo debería plegarse a sus deseos.

No son tiempos de Ethan Edwards. Son tiempos de Leonard Hofstadter.

Hace un par de años la escritora Hannah Collins acuñaba, en un artículo para The Mary Sue, la expresión “alpha nerd”: el friki alfa, el nuevo hombre dominante de los medios. El friki alfa no es fuerte ni musculoso, no tiene ningún éxito con las mujeres y no va buscando peleas que ganar, pues pasa casi todo su tiempo dedicado a quehaceres intelectuales, casi siempre científicos. Todas estas cosas lo convertirían en un pobre paria en el mundo dominado por los deportistas poderosos de décadas anteriores. No obstante, es justamente esta dedicación intelectual la que le confiere su poder: el friki alfa no se acuesta con cientos de mujeres porque, ves, no le interesa. Tiene cosas más importantes que hacer, como resolver crímenes que tienen perpleja a la policía, o resolver ecuaciones que llevan siglos sin solución, o salvar el mundo. Además, las mujeres son tontas. ¿Por qué perder el tiempo con ellas? Tampoco se mete en peleas físicas, porque las peleas son demostraciones banales de simios inferiores, y él sabe que la inteligencia es mucho más importante que los músculos. Y el friki alfa es muy, muy inteligente. Mucho más que cualquier otra persona con la que se cruce. Y lo sabe. Y no tiene ningún problema en decirlo de la manera más hiriente posible.

La cultura friki ha saltado desde la oscuridad al mainstream, y el paradigma ha cambiado de vestido. La fantasía de poder que le vendemos hoy en día a los niños no pasa por la superioridad física, si no intelectual… pero sigue siendo superioridad. Una superioridad muy agresiva. El friki alfa esgrime su inteligencia como un arma, y trata con condescendencia y desprecio al resto de personajes, demasiado estúpidos para seguir su complejo razonamiento. Sheldon Cooper. Gregory House. El Sherlock Holmes de la BBC. Algunas iteraciones del Doctor en Doctor Who. Estos protagonistas masculinos dominan la escena con sus impresionantes cerebros, y de camino insultan, humillan y menosprecian a todo el mundo por no ser ellos. Y la trama los perdona. Porque la historia es de ellos. Y ellos al final tienen razón, y es su fabulosa inteligencia la que salva el día. El resto del elenco ha de comprenderlos, tolerarlos y perdonarlos. Es que es muy difícil, ¿sabes?, ser tan inteligente y tener que lidiar con gente tan tonta como tú.

Si eso último te ha sonado a razonamiento de maltratador, es porque ha sido totalmente deliberado.

¿Te acuerdas de cómo mencionamos hace un rato que los hombres asiáticos son percibidos como débiles y poco viriles?

El patriarcado, como cualquier sistema de opresión, es escurridizo. Muta y se adapta a los cambios para asegurar su supervivencia. Los personajes de The Big Bang Theory parecen poner en tela de juicio la masculinidad hegemónica con sus cuerpos debiluchos y su timidez, pero en realidad la perpetúan; sus protagonistas son igual de misóginos, racistas y desagradables que los machos alfa de tiempos anteriores, sólo usan diferentes armas para maltratar a les demás. Es más, su propensión al acoso y la violencia sexual (disfrazada de torpeza) y su profundo desprecio hacia las emociones de otras personas (vendido como resultado natural de la inteligencia alta, como si ambas cosas estuvieran reñidas) continúan intactos debajo del conocimiento científico y los cómics. En una infame escena de Sherlock, el detective protagonista derrota en un duelo intelectual al personaje de Irene Adler explotando su única debilidad: que ella está enamorada de él. Sherlock la humilla y la deja hecha un mar de lágrimas, a merced de varias células terroristas internacionales que la buscan, sólo para aparecer en el epílogo a rescatarla, empujando violentamente al único personaje femenino que parecía estar a su altura al rol subordinado de dama en apuros y “mujer histérica” derrotada por sus estúpidos sentimientos.

La cosa se pone aún más siniestra cuando recordamos que, en el canon holmesiano original (estamos hablando del siglo XIX) Irene Adler, una mujer, es la única persona que consiguió engañar a Sherlock Holmes y salirse con la suya, ganándose su admiración eterna.

La cosa toma un giro brusco hacia un hoyo de oscuridad inenarrable cuando recordamos que, en la adaptación de la BBC, Irene Adler es supuestamente lesbiana.

Pero ¿cómo va a resistirse a Sherlock? ¡Es un detective británico rarito con memoria fotográfica y propenso a justificar su comportamiento de mierda con un autodiagnóstico de sociopatía! ¡Su inteligencia es tan poderosa que puede hasta curar a una lesbiana!

(pausa para gritar en un cojín)

 

Las fantasías de poder no tienen nada de malo como concepto aislado. El trabajo de cualquier tipo de fantasía es ofrecer consuelo y satisfacción allá donde la realidad no llega. Recargarnos las pilas para enfrentarnos a nuestra Vida Real. Tal vez incluso inspirarnos o darnos ideas. O sólo hacernos pasar un buen rato. Ninguna de esas cosas es mala per se.

Pero, como creo que ya te imaginaste, ése no es el problema. Las fantasías no son reales, pero sí se insertan en la realidad. Y a veces, gente a la que se ha criado para tenerlo todo, para dominar y ser obedecida, y que siempre ha consumido historias que han reforzado esa creencia, se topa con una realidad que no es exactamente así. Un mundo en el que no consigues a la chica simplemente por existir, en el que la economía en recesión no puede proporcionarte el éxito monetario que se te prometió por muy buenas que creas que son tus ideas, en el que no hay un guion preestablecido que obligue al resto de personas a reírte los chistes y perdonarte las faltas. «Eh, qué pena, bienvenido al mundo real» dirás. «Sigue con tu vida». Sería de esperar. Por desgracia, hay hombres ahí fuera que han interiorizado tanto sus fantasías de poder que perciben la incapacidad del mundo real de plegarse a sus deseos como una agresión personal.

Hubo un tiempo en que la misoginia se nos vendía como galantería. En que echarse al hombro por la fuerza a una mujer que gritaba, inmovilizarla antes de besarla para que no pudiese escapar, anularla o incluso golpearla para que obedeciera se consideraban partes naturales e incluso sexys del cortejo heterosexual. Actualmente aún es sencillo encontrar historias románticas en las que el hombre acosa, persigue e invade a la mujer que desea hasta que ésta cede, y se nos presenta toda la operación como el triunfo del amor verdadero. Pero las cosas están cambiando.

Hoy en día se nos siguen vendiendo historias donde el protagonista masculino siempre tiene razón y obtiene todo lo que quiere al final, por mera virtud de ser quien es, y los hombres criados con esa narrativa siguen intentando llevarla a cabo. Pero, vaya por Dios, las mujeres y las personas no binarias que llevamos siglos agachando la cabeza, riendo el chiste sin gracia, cediendo y perdonando, de repente nos hemos cansado de hacerlo. Y hemos empezado a protestar. A decirles no. Para sorpresa del valiente héroe, el resto de personas que habitaban el mundo eran protagonistas de su propia historia, y se negaban a reconocer su estatus superior.

La reacción puede llegar a ser brutal.

Cada victoria obtenida en el campo de los derechos civiles viene acompañada de reacciones enfurecidas, eso no es nada nuevo. Cuando en Estados Unidos se despenalizó el matrimonio interracial hubieron violentas protestas (por parte de gente blanca, por supuesto), y pasó lo mismo con el matrimonio gay en todo el mundo. Hoy en día estamos a mitad de una nueva ola de feminismo que ha corrido como la pólvora gracias a internet, y hay muchos hombres que no están nada contentos con esto de tener que preocuparse por no acosar o agredir a las mujeres. ¿Cómo si no van a obtener el amor, el sexo y los cuidados emocionales que se les prometieron? ¿Qué pasa si ellas, en desprecio absoluto del lugar que les corresponde en la historia, los rechazan, negándoles algo a lo que siempre se les ha dicho que tienen derecho? Cuando en una historia el protagonista no obtiene lo que desea sentimos pena y empatía, así que la conclusión está clara: no es que el resto de personas tengan derecho a elegir, es que el protagonista está siendo víctima de una injusticia. En esta línea se inscribe el auge de grupos abiertamente misóginos como los MRA (antifeministas convencidos de que las mujeres ya se han hecho con el poder y ellos son sus víctimas) o los InCel (que consideran que el acceso sexual al cuerpo de las mujeres es un derecho y están bastante lívidos porque las mujeres, egoístas ellas, piensan que son demasiado feos para follárselos. o eso dicen).

Es fácil reírse. Acabo de hacer una broma. Pero la hago para disimular el horror de saber que hay hombres compartiendo el planeta conmigo que creen que yo debería morir, ser violada en grupo o estar encadenada a la cama para servir a mi señor natural. Estos problemas son complejos y no tienen una única solución, pero es importante recordar una cosa. Aunque estos hombres sean ejemplos exagerados, parten de la misma narrativa que todos los demás: que ellos son protagonistas de una fantasía de poder donde el final orgánico será que ellos triunfen y consigan lo que deseaban. No creo que sea coincidencia que algunos de los MRAs más violentos llamen a les activistas feministas “NPCs”, de “Non-Playable Character”, “Personaje No Jugable”, que son aquellos personajes de los videojuegos que sólo están programados para interactuar con el protagonista y darle información útil. No creen que las otras personas, las que no son como ellos, sean seres humanos reales, con sueños y aspiraciones y necesidades. Son personajes secundarios cuya única función es servir al protagonista, y que sólo saben ladrar una y otra vez las mismas frases preprogramadas. No somos humanes para ellos.

Cuando la gente dice que la representación de minorías en la ficción es importante se refiere a cosas como ésta. Es importante que los niños crezcan viendo a personas que no son ellos cumplir sus fantasías. Siendo cuidadas por personajes que sí son como ellos. Recibiendo amor y validación para sus esperanzas. Presentando sus triunfos como válidos y relevantes para el mundo. Es importante que reciban un mensaje terriblemente básico que, sin embargo, se escapa una y otra vez: el mundo no gira en torno a ti.

O al menos no debería.

 

Por esta vez vamos a dejarlo aquí. El mes que viene seguiré escribiendo sobre las fantasías de poder, pero esta vez me plantearé una cuestión que ha tenido a la comunidad científica fascinada durante décadas (no): en un mundo patriarcal, ¿pueden existir las fantasías de poder para mujeres? Manteneos sintonizades para complejas divagaciones al respecto ilustradas con gifs payasos. Prometo no gritar en un cojín. Tanto.

 

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