Mi revolcón con la Criatura: el mito del amante bestia

Bueno. BUENO.

Hace unas semanas propuse una encuesta en mi página de Twitter, proponiendo tres opciones diferentes para el post de este mes: reflexiones sobre la adaptación transmedia (también llamada “por qué carajo la película es diferente al libro”), un comentario acerca de la relación entre el auge de las épicas de superhéroes y el clima político actual, y un análisis del tropo del amante bestia.

Y el público habló, y el amante bestia ganó por goleada. Con comentarios entusiastas y todo. La gente realmente tenía muchas ganas de hablar de novios monstruosos y de por qué nos gusta monstruear con ellos. Así que aquí estamos, y allá vamos. Las cosas que me hacéis hacer, criaturas.

[«Qué me hacéis hacer ni me hacéis hacer, has tenido este artículo esquematizado casi un año, pervertida»

«Shhh»]

A pesar de que no es un tropo especialmente conocido en el mainstream (aunque el éxito de la película de 2017 “La forma del agua” ayudó a acercar el concepto a un perplejo público mayoritario), los novios monstruosos –y, en menos ocasiones, novias– son muy populares en los sectores marginales de producción de cultura. Basta acercarse a la sección de libros Kindle autopublicados en Amazon para encontrarse con una exuberante oferta de novelas eróticas protagonizadas por señoras humanas y criaturas no tan humanas. Olvídate de tímidos romances adolescentes entre una chica virginal y un vampiro al que sólo se le nota que es vampiro en los ojos y/o los dientes; estamos hablando de sexo explícito con minotauros. Con krakens. Con aliens. Con un sasquatch. Si existe folklore sobre la bestia, alguien (probablemente un ama de casa estadounidense, y lo digo sin un ápice de desprecio) ha escrito a una mujer follándoselo. Y, durante los últimos años, este tipo de ficción ha tenido un éxito desmesurado entre el público femenino y LGTB; algunas autoras han llegado a amasar pequeñas fortunas.

Si no estabas al tanto de que este tropo existía (conociendo ya el público objetivo de mi blog me sorprende, pero digamos que sí), quizá te hayas quedado como la audiencia que fue a ver “La forma del agua” creyendo que iba a ver la típica película de Guillermo del Toro con sangre y monstruos y se encontró un tierno romance entre una señora y un hombre-pez: con la boca abierta, el estómago regular y ganas de replantearte la vida. Tal vez te interrogues acerca de la naturaleza humana, o te preguntes cómo carajo puede a alguien gustarle una historia sobre sexo con una criatura definitivamente no antropomórfica cuyos genitales prefieres no imaginarte. Puede que incluso la terrible sombra de la zoofilia cruce tu mente.

En primer lugar, puedo tranquilizarte: estos amantes bestia de los que voy a hablar no son animales. La zoofilia es maltrato animal, porque supone forzar a realizar prácticas sexuales a una criatura que no posee la inteligencia necesaria para consentir a ellas. Los novios monstruosos, por contra, poseen una inteligencia equiparable a la humana, y por tanto pueden comunicarse contigo y tomar decisiones sobre su propio cuerpo. Pero entiendo el choque que puede suponer descubrir que ahí fuera hay una cantidad nada desdeñable de gente que quiere hacérselo con Bigfoot, y las preguntas que ello suscita. En este ensayo pretendo ofrecer mi propia respuesta.

¿Por qué nos atrae tanto el arquetipo del amante bestia? ¿De dónde ha salido, en primer lugar?

 

La larga (y no tan sexy) genealogía de la Bestia

Aunque la primera historia que nos salte a la cabeza al pensar en señoras enamorándose de monstruos sea, probablemente, la Bella y la Bestia (gracias, Disney), ese cuento no es más que el más popular de una larguísima tradición de novios monstruosos que se remonta a la Antigüedad. La mayoría de estudios al respecto consideran que la Bella y la Bestia es una versión del mito clásico de Cupido y Psique, recogida en la novela romana “El asno de oro” de Apuleyo. Psique es una bellísima princesa a la que se le vaticina que sólo podrá desposarse con un monstruo abominable. Ella se somete a su destino, pero al ir a entregarse a la bestia un suave viento la transporta flotando hacia un rico palacio donde cada noche un hombre misterioso acude a oscuras para hacer el amor con ella, llamándola esposa y rogándole que no intente ver su rostro o cosas terribles pasarán. Las hermanas de Psique, celosas, la asustan diciéndole que su esposo debe de ser el monstruo del que le hablaron, pero al encender una lámpara en el dormitorio Psique descubre que en realidad era Cupido, el dios del amor, que se ha enamorado de ella y la mantiene escondida para no provocar los celos de su madre, Venus. Cupido, traicionado, se marcha, y una desconsolada Psique empieza a vagar por el mundo tratando de recuperarlo. Acaba siendo encontrada por Venus y se ve obligada a soportar malos tratos y superar pruebas imposibles (incluyendo una bajada a los infiernos) antes de obtener su perdón y poder, por fin, regresar junto a Cupido.

La historia de Eros y Psique es fundacional, y podemos encontrar en ella elementos que seguirán apareciendo en los cuentos populares europeos durante siglos; las pruebas que tiene que superar Psique, por ejemplo, recuerdan a los trabajos que el duende Rumpelstiltskin realiza para la hija del molinero en el relato recogido por los hermanos Grimm. No obstante, incluso ésta es sólo una de las muchísimas versiones de la misma historia de la novia virtuosa entregándose a un novio bestial que, no obstante, esconde a un príncipe o incluso a un dios.

Los mitos grecolatinos tampoco le hacían ascos al sexo interespecie, pero ese es otro tema.

Así, encontramos la leyenda noruega “Al este del sol y al oeste de la luna”, donde la historia de Eros y Psique se repite casi parte por parte, salvo que en este caso la protagonista es una campesina desposada con un gran oso polar que se transforma en hombre para acostarse con ella, y a la que sus hermanas celosas convencen de que es en realidad un troll; cuando el marido traicionado huye, la campesina emprende un viaje mítico por las casas de la luna, el sol y el viento y supera varias pruebas hasta poder reunirse con su pareja. O el cuento rumano “El cerdo encantado”, donde es una bruja la que engaña a la joven novia y ésta se ve obligada a recorrer el mundo desgastando tres pares de zapatos de hierro para poder recuperar a su marido-cerdo. O incluso el popular cuento alemán del príncipe rana, que necesitaba ser tratado como un ser humano por la princesa (compartiendo mesa y cama) para volver a ser hombre.

La interpretación más popular para la persistencia de este mito es su uso para tranquilizar e instruir a las futuras esposas en vísperas de un matrimonio concertado. Para una muchacha que probablemente había pasado toda su vida aislada de cualquier hombre que no perteneciese a su familia y que no había tenido poder de decisión sobre su vida ni acceso a una educación sexual, el matrimonio y el sexo podían sentirse igual de aterradores que ser entregada a un monstruo. La leyenda del novio-bestia aparecía entonces: puede que tu flamante esposo parezca un monstruo, brutal y repulsivo y con exigencias antinaturales, pero si tienes paciencia y eres virtuosa, si aprendes a aceptarlo tal y como es, puede que no sea tan malo en el fondo. Puede que sea un príncipe. Puede que, incluso, si te esfuerzas y tienes mucha suerte, aprendas a quererlo… o al menos a contentarte con su compañía. Citando a Kelly Faircloth, redactora de Jezebel, en su artículo sobre la pervivencia de este mito, «y es por eso, mis queridas pupilas, que no debéis fugaros con vuestro maestro de danza, no importa lo apuesto que sea».

La función originaria de esta leyenda es a todas luces reforzar y mantener la estructura social del Antiguo Régimen, donde la mayoría de las familias nacían de un matrimonio concertado y la novia tenía poco o nada que decir al respecto; aunque es interesante señalar que hay versiones del mito en las que es la novia la que es una bestia. Por ejemplo, las selkies del norte de las Islas Británicas, a las que un hombre mortal puede convertir en sus esposas si les roba la piel mágica que usan para convertirse en foca… pero que pueden perderlas de igual manera e incluso sufrir su venganza si éstas recuperan su piel. Con la transición del Antiguo Régimen a la modernidad y los movimientos sociales que vinieron aparejados, estas interpretaciones tradicionales empiezan a convivir con otras nuevas.

Con la expansión de los grandes imperios coloniales, Europa se hace bruscamente consciente de la existencia de otros pueblos y formas de vida, y se encuentra con la necesidad de nuevas narrativas que justifiquen su dominio violento de ellas. Las narraciones de exploradores occidentales de ese período suelen hacer hincapié en el salvajismo de los pueblos conquistados. En la mayoría de los casos para demonizarlos, abundando en todas las costumbres que resultarían aberrantes a un público occidental (la desnudez, el canibalismo ritual o incluso la ausencia de castigos físicos a les niñes), aunque también existió una corriente más o menos benévola de contemplarlos como “buenos salvajes”: gente quizá no tan sofisticada intelectualmente, pero más en contacto con la naturaleza y poseedora de una sabiduría ancestral que la sociedad europea, obsesionada por el progreso tecnológico, habría olvidado (es importante señalar que esta visión solía ser teórica y no traducirse en un interés real por abolir la esclavitud o descolonizar los territorios de ultramar).

Durante este proceso de colonización –y posterior descolonización– que conformó el mundo como lo conocemos, las diferentes iteraciones del mito del novio-bestia empiezan a empaparse de esta mentalidad. El monstruo que ronda a la protagonista ya no es sólo una metáfora del matrimonio concertado, si no también del Otro: de toda esa porción de humanidad que ha quedado fuera de la burbuja normativa de Occidente, y a la que Occidente le tiene bastante miedito. Clásicos del terror como La Criatura de la Laguna Negra –abuela de nuestro amigo de «La forma del agua»– o King Kong presentan al monstruo con rasgos de ese salvaje primigenio, nacido en algún lugar “exótico” y guiado por sus deseos primarios, que rapta a una mujer occidental con intenciones turbias (haciendo referencia al miedo a los hombres racializados como amenaza para la pureza sexual de las mujeres blancas). Asimismo, estas historias suelen presentar una especie de choque entre civilización y barbarie en la que la primera tiene el deber de convertir a la segunda, haciéndose eco de la esposa humana que a través de su paciencia civiliza a un consorte bestial. Incluso cuando el monstruo es representado con una vaga simpatía (la muerte de King Kong, provocada por su debilidad por la humana a la que se ha vinculado, o esa famosa escena de “La tentación vive arriba” donde Marilyn Monroe expresa lástima por la Criatura de la Laguna Negra, que «sólo buscaba algo de afecto»), las historias en las que éste ronda a una belleza humana siempre son una encarnación de los miedos y ansiedades de la época. A veces, esos miedos son externos, como la Guerra Fría o un temido alzamiento del Tercer Mundo. Otras veces son miedos internos, alojados en el mismo corazón de la sociedad que los teme; por ejemplo, la sexualidad no normativa.

Lo cual nos lleva al siguiente capítulo de la historia de la Bestia.

 

Codificación y otredad

Como ya hemos visto, monstruos y villanos siempre se visten con los rasgos de aquello que una sociedad más teme, o al menos aquello que le produce ansiedad. No es coincidencia, por ende, que muchas veces se acabe asociando la maldad o la monstruosidad con grupos de personas que en algún momento se han considerado una amenaza para la sociedad hegemónica. Por ejemplo, la imagen estereotípica de las brujas en Occidente, que suele incluir narices ganchudas, sombreros puntiagudos y tendencia a sacrificar bebés ajenos en rituales macabros, está estrechamente relacionada con estereotipos antisemitas originados en las edades media y moderna. De hecho la palabra inglesa para referirse a un aquelarre de brujas, durante siglos, ha sido sabbath, el día santo de la religión judía; no ha sido hasta la generalización de los cultos neopaganos que se ha impuesto el término neutro coven. Y, al igual que anteriormente con los hombres racializados de las colonias europeas, los hombres judíos también fueron presentados como potenciales seductores y corruptores de la pureza femenina aria en la propaganda nazi.

Las narices ganchudas suelen asociarse con personajes desagradables, avariciosos o tramposos. No es casualidad.

Otras veces es la discapacidad la que se demoniza. Desde El fantasma de la ópera hasta Wild Wild West podemos encontrar ejemplo tras ejemplo de villanos/antagonistas con discapacidades o deformidades físicas que se presentan como reflejo externo de su degeneración espiritual, aterrorizando con sus atenciones románticas a mujeres que, no obstante, aceptan de buen grado un acoso similar si viene de un hombre “sano” y normativo.

Una de las codificaciones que más se ha discutido en los últimos años es la llamada queercoding; es decir, la asociación de ciertos rasgos considerados LGTB a la villanía o la monstruosidad. Tropos como el hombre afeminado, la mujer hipermasculina o incluso la insinuación de que alguien “no es quien dice ser” (es decir, que podría ser bisexual o trans y por ende “mentir” sobre su identidad) se usan para dibujar a un personaje como degenerado y poco de fiar. Alguien que no performa su género y su sexualidad como dictan las normas sociales sólo puede ser malvado.

Es importante hacer hincapié en que estas codificaciones no siempre se hacen con mala intención. Como ya he dicho más o menos un millón de veces en este blog (y probablemente vuelva a repetir un millón más y consiga que alguien me golpee con un periódico enrollado), este tipo de imágenes y estereotipos están muy arraigados en nuestro sustrato cultural y es muy fácil reproducirlos si desconocemos su origen. Yo no aprendí acerca de la codificación judía de las brujas hasta que empecé a tratar con fans judíes de Harry Potter, por ejemplo. Pero, voluntario o no, da qué pensar acerca del tipo de representación que reciben los colectivos minorizados y con quién se acaban identificando. Un chiste muy popular dentro del colectivo LGTB es que si durante tu niñez siempre te ponías del lado de “los malos”, hoy probablemente seas aunque sea un poquito gay. Es fácil ver por qué: si los únicos personajes que se parecen un poco a ti son los monstruos, vas a acabar por identificarte con ellos. Quizá incluso puedas llegar a entenderlos.

Después de las revoluciones culturales y sociales de los años sesenta y setenta, la audiencia mayoritaria ha empezado a mirar a los monstruos de otra manera. Las minorías, por otra parte, llevan décadas, por no decir siglos, aprendiendo a leerse entre líneas, a verse representadas a través de los códigos, abrazando incluso la mala representación al ser la única a la que pueden aspirar. ¿Tan extraño es que sientan empatía por el monstruo, y que al tener la oportunidad de narrar sus propias historias decidan hacerlo el protagonista? Es más: si la única maldad de estos monstruos, en el fondo, era una falta de normatividad que hacía sentirse amenazada a la sociedad hegemónica… ¿no será su monstruosidad algo potencialmente bueno? ¿Un agente de transformación social, por ejemplo?

 

Vale, pero ¿por qué te quieres chingar al monstruo?

Al ponerme a investigar para este artículo encontré una miríada de ensayos que se hacían eco tanto del estallido del porno monstruoso en Amazon como del éxito inesperado de “La forma del agua” y que, tal y como las desconcertadas audiencias que vieron la historia de una señora manoseándose con un pez ganar un Óscar a mejor película, trataban de explicarse qué demonios estaba pasando y por qué carallo las mujeres querríamos bajarnos los pantalones con un monstruo.

La opinión general parecía ser que las mujeres nos volvemos locas por los novios-monstruo por su bestialidad y su hipermasculinidad. En lo que parece una inversión del tropo racista del Otro como amenaza sexual, el monstruo exótico ahora se presentaba como deseable justamente debido a esa amenaza, a esa cercanía con la animalidad. De igual modo que se habla del deseo por el “chico malo”, peligroso para ti y por ello doblemente atractivo, la mayoría de comentaristas parecían entender que los amantes bestia eran excitantes porque ofrecían una fantasía violenta, muchas veces al borde de la agresión sexual, que las lectoras podían disfrutar en un entorno controlado, desde la seguridad de sus hogares.

En los 80 George R. R. Martin aún no había publicado Juego de Tronos y se dedicaba a escribir sobre un señor león que apoyaba a muerte la carrera de su novia abogada.

Si se me pregunta, estoy bastante cansada de esta explicación.

No es que esto no sea verdad en muchos casos. Al fin y al cabo, la literatura romántica y erótica tiene un largo y oscuro historial de erotizar y justificar la violencia sexual, y el porno con krakens se limita a repetir ese modelo. Existe la explicación de que, en un mundo patriarcal que niega la autonomía sexual de las mujeres (no sólo su derecho a negarse al sexo, si no también el de acceder a él e incluso pedirlo), las fantasías de agresión son una forma de permitirse disfrutarlo sin tener que asumir responsabilidad, y por ende estigma, por él. No eres una puta ni una buscona, simplemente ocurrió. Entiendo que esta explicación es válida en algunos casos, pero es casi 2020 y me parece que ya va siendo hora de que dejemos de esconder la idealización de la violencia machista tras la excusa del “en el fondo a ellas les gusta”. Creo que historias como “La forma del agua” o “La novia del tigre” son más dignas herederas de la tradición del amante bestia por un motivo fundamental: la inocencia del monstruo.

Encuentro que lo verdaderamente atractivo del príncipe monstruo no es su brutalidad, si no su ausencia de referentes sociales. El amante bestia no es un hombre. Al menos, no es la construcción social del género masculino que Occidente ha creado y que impone a la fuerza a todas las personas con cierto tipo de genitales: violento, dominante y aislado de sus emociones. La Bestia, si llegamos al núcleo primigenio del cuento, a sus primeras versiones, suele ser gentil. Es la Bestia la que suplica a la Bella que lo salve, y la baña en cuidados y atenciones para merecerlo. Un pretendiente cualquiera, un muchacho de su pueblo o un socio mayor de su padre, por ejemplo, se habría limitado a alargar la mano y tomar lo que quisiera, juzgándolo suyo por derecho: la habría violado tras bailar con ella en las fiestas de la aldea, o habría concertado el matrimonio y esperado que ella estuviese contenta sin preguntarle si eso era lo que deseaba. En el cuento “Kiss Kiss”, de Tanith Lee (un retelling del Príncipe Rana), la protagonista establece una relación estrecha con su compañero anfibio justamente porque él no tiene la capacidad de maltratarla como el resto de hombres de su entorno; es cuando la rana se transforma en príncipe que acaece la tragedia. No creo que sea coincidencia tampoco que las versiones más modernas de la Bella y la Bestia, desde la famosa película de Jean Cocteau hasta la adaptación animada de Disney y por supuesto «La forma del agua», presenten a un villano que en tiempos anteriores habría sido el héroe: un hombre normativo, blanco e hipermasculino que está dispuesto a solucionarlo todo a través de la violencia y que cree que el amor de la Bella le pertenece por derecho. A su lado, la Bestia se erige como una masculinidad alternativa, suave y amable, que pide por favor en lugar de exigir y que, tal y como ocurre en la versión original de la Bella y la Bestia, siempre espera a obtener consentimiento antes de meterse en la cama con la protagonista. Trayendo ese arquetipo al mundo actual, podríamos encontrar a un amante monstruo que no espera que su novia se ajuste a los rígidos estándares de la feminidad ni se siente amenazado por sus transgresiones; al estar aislado de la sociedad, ama a la mujer como individuo y la apoya en cualquier cosa que la haga feliz. O yendo aún más allá, podríamos incluso encontrarnos con un amante bestia que, al pertenecer a otra especie, no tiene ni siquiera idea de qué es el género y le da exactamente igual si la persona de la que se ha enamorado es hombre, mujer, no binarie, cis o trans; le basta con saber quién es y que su amor es correspondido.

Puede que la atención que llamó el Óscar dado a “La forma del agua” acabe por diluirse, pero la leyenda del amante bestia es antigua, y si hemos de juzgar por mi última búsqueda en Goodreads y Amazon (y por el entusiasmo de mis lectores) sigue muy viva y llena de posibilidades. En un mundo  que sigue erotizando la violencia y castigando a quienes transgreden la norma, pero que ya ha entrevisto lo infinitamente mejores que pueden ser las cosas, seguimos teniendo hambre de historias de amor distintas, donde la ternura y el respeto sean armas radicales.

Y también de tener sexo subacuático con un hombre-pez. Para qué mentir.

 

Si disfrutas de mi trabajo, considera echarme una moneda en el sombrero para que pueda seguir escribiendo degeneraciones como ésta 😀

7 comentarios sobre “Mi revolcón con la Criatura: el mito del amante bestia

  1. Yo no fui de las que votaron por este tema, pero he de reconocer que es interesante. No conocía el mito griego ni el nórdico (shame on me), soy de esas personas mainstream a las que lo primero que les viene es La bella y la bestia o cualquier historia erótica con hombres-lobo, así que ha sido interesante conocer los orígenes de este tropo. Nunca se me había ocurrido que nos enamorásemos de los monstruos porque son gentiles y no se adhieren a la masculinidad normativa. Yo lo relacionaba más con lo del exotismo (aunque no con las fantasías de violación o la obsesión por los chicos malos; eso nunca lo he entendido), pero también tiene todo el sentido del mundo y me encanta. Pensaba que sería algo parecido a que nos atraigan hombres de otras razas o nacionalidades (conozco mucha gente a la que le parece sexy el acento francés, por ejemplo) pero, ahora que lo pienso puede que precisamente esos gustos vengan del mismo sitio: la masculinidad no se ve igual en todas las etnias. Me ha venido a la cabeza el artículo en el que hablabas de que las características esperadas del macho blanco (agresividad, ausencia de sentimientos, fuerza) se consideran peligrosas cuando se trata de un tipo racializado. Concretamente (madre mía, qué paliza te estoy dando…) recuerdo que comentaste que los asiáticos siempre se han visto como afeminados y poco sexuales, y me extrañó porque a mí sí suelen parecerme atractivos; ahora me pregunto si no será precisamente por esa masculinidad alternativa que presentan.
    Me has volado la cabeza con lo de las brujas judías. Sí había oído comentar lo de la nariz ganchuda con los gnomos de Gringotts o los aldeanos del Minecraft, pero nunca vi la relación en el caso de las brujas. Suponía que era simplemente porque, al ser las malas de la película, no debían resultar atractivas. Y la primera vez que oí lo del queercoding en los villanos Disney me quedé con el culo torcido. Por cierto, yo lo de «Si te gustaba X de pequeño, ahora eres gay» lo he visto más con personajes un poco taciturnos o sarcásticos más que con villanos como tal, tipo Cactus de Las Supernenas o Spinelli de La banda del patio.
    Sea como sea, he disfrutado mucho de esta entrada. ¡Nos leemos!

    1. Me alegro muchísimo de que te haya gustado la entrada aunque no hubieras elegido el tema (sea cual fuere el que votaras, acabaré escribiendo sobre él, no te preocupes ^^). Obviamente ésta es sólo mi interpretación personal e intransferible sobre el mito de la bestia, habrá millones más y mejor argumentadas XD, pero hacía tiempo que le daba vueltas y me parecía que era necesario que tuviéramos una explicación alternativa a la fantasía de violación y la veneración al macho violento, que tanto daño han hecho. Es curioso que hayas nombrado el tema de la exotificación sexual, porque justamente a raíz de este artículo tuve una conversación súper interesante con otra autora acerca de eso, de cómo a veces una atracción hacia lo no normativo simplemente por ser no normativo puede llevar a modos de racismo benigno como la fetichización racial (las mujeres blancas hacemos mucho eso, es una conversación incómoda que tendremos que tener algún día ^^U). En fin, que es un tema muy complejo y muy rico y me alegro de que estéis aquí para colaborar con él, ha sido una gozada ^^

      (sí, yo también me quedé torcida cuando me enteré de lo de la codificación judía, pero eso hizo que personajes como Severus Snape tuvieran más sentido. te quedas mal XD)

      Como siempre, un placer. Gracias por pasarte, y nos leemos.

  2. Hola. Me parece un comentario serio y bien documentado. Sin embargo, a raíz de mis (inacabados) estudios de antropologia, pensaba que el estudio de motivos (que vienen a ser lo mismo que los «tropos») estaba en franca decadencia, desaconsejado incluso por folkloristas como Rodríguez Almodóvar.

    Pero, puestos a comparar, a «La bella y la bestia» se le opone «Barba Azul». De hecho, el cuento de Villeneuve es un Barba Azul en que la transgresión de la muchacha es perdonada. Sería interesante oponer ese «cásate con quien dicen tus padres, no importa que parezca un monstruo» de «Cupido y Psique» / «La bella y la bestia» con el «Obedece a tu marido y no despiertes a la bestia» de «Barba Azul».

    Saludos.

    1. Gracias por pasarte a leer. No pongo en duda que en el campo de la antropología el estudio de tropos esté en decadencia, pero el concepto de «tropo» es útil para analizar historias y comprensible rápidamente para el público de mi blog que, como habrás notado, no es académico (no soy antropóloga si no historiadora, y me alejé de la Academia hace años por motivos personales). Procuro que en mi trabajo prime la accesibilidad, y en ese sentido «tropo» es una herramienta útil.

      Por otra parte, esa comparación con Barba Azul es muy interesante. Una de las miles que se le puede dar a una historia. Supongo que por eso nos fascinan tanto y les damos tantas vueltas ^^

  3. Muy buenas MJ, al final, como siempre, me paso por aquí súper tarde. Me ha parecido muy interesante este tema, aunque en la encuesta yo tampoco lo voté. 😅 Me has dejado muerta con lo de los rasgos judíos. No tenía ni idea, pero en cuanto lo has mencionado ha sido: «¿cómo no he podido verlo antes?».

    Yo siempre creí que los monstruos atraían porque estaban llenos de soledad y tormento, porque la vida que han llevado hasta que conocen a la chica, el desprecio al que han sido sometidos, les hace ser personas comprensivas y tiernas. Ver el cuento a través de esas chicas que iban a ciegas a contraer matrimonio con vete a saber quién cambia mucho la perspectiva. Estoy segura de que para muchas hubiera sido mejor acabar con el monstruo que con el capullo que le hubiese tocado en gracia.

    Y decirte que estoy completamente de acuerdo con que esa normalización de la violencia sexual en muchas novelas románticas o eróticas, no me parece nada sano. Vístelo como quieras, pero es violencia. Y en los tiempos que corren decir, como he escuchado a alguna, que Christian Gray es el prototipo de hombre ideal, me pone del hígado.

    Yo no he visto la forma del agua o la bella y la bestia (que el oprobio caiga sobre mí), pero sí recuerdo con mucho cariño un capítulo de Star Trek Next generation, en el que Riker se enamoraba de una extraterrestre que era hermafrodita y que al igual que quienes eran como ella en su mundo, estaba destinada a concebir los hijos de parejas que le fuesen asignadas; para los hermafroditas en aquel mundo las relaciones sexuales estaban mal vistas y no podían amar. Ella, cuando las autoridades de su planeta, descubren que va a fugarse con Riker, acababa siendo obligada a someterse a un tratamiento que le inhiba las emociones y le haga olvidar lo que ha vivido. Es un capítulo muy descorazonador, pero que me dejó la sensación de: «¿quién es nadie, como individuo o sociedad, para juzgar a dos personas que han decidido amarse libre y sanamente?».

    Y aunque no he visto esas películas, como jugadora de mass effect no puedo irme sin hablar de Shepard y Garrus Vakarian, la pareja interespecia más cuqui de la galaxia. De hecho lo implementaron en el segundo juego a petición popular y se convirtió en el romance más escogido por las jugadoras, incluso Jennifer Hale, la actriz de voz de Shepard, cuando le preguntaron a quién había romanceado cuando jugó, respondió: «a Garrus, por supuesto».

    Me interesa ese artículo del que hablas a Kate sobre el fetichismo, de hecho, al igual que ella, siempre me han parecido atractivos los hombres asiáticos. 🙄

    1. No te preocupes, como ves yo respondo aún más tarde! (la semana pasada fue horrible ^^U)

      Lo de la codificación judía de las brujas es un shock para mucha gente goyim (no judía, vamos), incluyéndome a mí, pero ha sido un tema de conversación bastante complejo e interesante en la parte judía del fandom de Harry Potter, por ejemplo.

      Tu interpretación del monstruo como capaz de compasión y ternura justamente por haber sufrido violencia y soledad no se va muy lejos del núcleo, no te creas! También es un eje de análisis popular, especialmente con los monstruos decimonónicos como la Criatura de Frankenstein (es un monstruo pero también sufre y tiene pathos). Lindsay Ellis lo comentaba de pasada en su vídeo «My Monster Boyfriend», que fue parcialmente (*tos* totalmente *tos*) responsable de que yo decidiera escribir este artículo XD. No juego nada de videojuegos, pero esa pareja me suena haberla oído nombrar mucho en redes, así que debe de ser muy cuqui ^^

      En cuanto a la fetichización racial de los hombres asiáticos, no es un artículo solo, si no cientos (es un tema que se ha estudiado bastante desde la sociología, basta que busques «asian men racial fetishization» para que te salte una buena cantidad de material). Es una forma de racismo «benigno» en la que reducimos a la gente a su raza y la encontramos atractiva debido a ella, y no como ser humano independiente. Piénsalo como simétrico de los hombres blancos a los que les ponen las asiáticas porque creen que todas son pequeñitas, delicadas, femeninas y sumisas. Seh, las mujeres blancas también hacemos eso ^^U. Se ve mucho en el fandom del K-pop, por ejemplo. Hay chicas que incluso andan desesperadas por echarse un novio asiático para tener bebés mestizos porque «son más guapos» lo cual es, bueno, ew :_)

      Como siempre, me ha hecho muy feliz verte por aquí. Gracias. ¡Nos leemos!

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