Palabras nuevas, viejas discusiones: del hopepunk al nu-metal

Hace casi un año, a mediados de septiembre de 2017, regresé a Twitter después de una ausencia de diez meses, y prácticamente me di de manos a boca con el certamen “Nido de Relatos”, organizado por Vic de Amo. Era una convocatoria pequeñita, con cheques regalo de Amazon como premio, pero yo llevaba mucho tiempo escribiendo poco o nada, y pensé que bien valía la pena intentarlo. Así que procedí a leer las bases para escribir un relato, y me encontré con algo nuevo: el texto enviado podía ser de ciencia ficción, fantasía o terror, pero tenía que estar escrito en estilo “hopepunk”, una palabra que yo nunca había oído. Intrigada, hice click en el link para averiguar qué demonios era aquello.

El término “hopepunk” fue acuñado, en el mismo 2017, por la autora estadounidense Alexandra Rowland en su cuenta de Tumblr. Todo empezó con un post simplón diciendo “lo contrario del grimdark es el hopepunk, pásalo”; posteriormente la propia Rowland expandiría el concepto de hopepunk ante la curiosidad de otres usuaries de la plataforma en un post que después sería traducido por Laura Morán Iglesias, llegando a la blogosfera hispanoparlante.

Así que el hopepunk, descubrí, es lo contrario del grimdark.

«¡Pepa, ¿eso qué chucha significa?!»

Vamos a ver.

En mi artículo sobre Star Trek ya esbocé el grimdark, subestilo de la fantasía (aunque también aparece en la CiFi): es literatura pesimista, violenta y oscura, protagonizada por antihéroes de moral ambigua con Pasados Terribles y Presentes Aún Más Terribles. En el grimdark, los personajes con los que hemos creado lazos de empatía mueren, los combates, torturas y heridas se describen con detalle, y los finales son amargos o agridulces; obras como las de Joe Abercrombie, George R. R. Martin e incluso Lemony Snicket podrían encuadrarse en esta versión sombría de la fantasía. Si el hopepunk es lo contrario, entonces será una fantasía luminosa. Esperanzadora. Una literatura con finales que apuntan a lo positivo, donde luchar vale la pena.

Creo que por eso me encantó la noción del hopepunk. En el momento en que apareció, yo no sólo estaba emergiendo de un bache personal muy largo, si no que había sobrellevado dicho bache acompañada por todos lados de ficción cínica y oscura que me recordaba que el ser humano era una criatura terrible, y que para qué esforzarse en hacer las cosas bien si al final todo el mundo se muere. Me sentí muy satisfecha con el descubrimiento: si el grimdark, con sus destripamientos y sus antihéroes descreídos, existía y tenía su público, ¡también podía haber un hopepunk que tuviera su audiencia! ¡Yo, por ejemplo!

Fui un poco ingenua. El entusiasmo suele serlo, y no me avergüenzo. Pero lo cierto es que, hecho el neologismo, hecha la polémica; y bastante tiempo después de que aquel concurso se realizara y se fallara descubrí que la idea del hopepunk no había caído muy bien entre algunas personas. No quisiera explicarme mal: no es que la gente ODIARA el hopepunk con odio jarocho. El ambiente que encontré en blogs y foros de literatura fantástica no fue de hostilidad. Fue más bien de desdén. No decían “esto del hopepunk es una mierda” si no “el hopepunk es un invento innecesario”.

El argumento más repetido para explicar esto era que, para fantasía optimista, ya teníamos la fantasía tradicional: la Alta Fantasía, la Fantasía Heroica, las miríadas de descendientes de Tolkien que pueblan estos mundos de papel. La fantasía clásica ya era optimista, ¿para qué demonios inventarse un palabro nuevo que nadie había pedido?

Lo cual (y no estoy del todo orgullosa de esto) me recordó mucho a este señor:

(perdón)

En realidad, fobia a los neologismos aparte, les detractores del hopepunk me habían planteado una pregunta interesante: el grimdark había surgido como reacción a una fantasía clásica mayoritariamente positiva, con finales felices y protagonistas impecables. ¿Qué podía aportar el hopepunk, si es que realmente existía, cuando ya hay desde hace décadas una fantasía optimista en la que todo acaba bien? ¿Qué distinguía al relato que presenté a aquel concurso hopepunk de un relato de fantasía clásica, de la de toda la vida?

Realmente yo ya sabía la respuesta (si no, no habría sabido escribir el relato en cuestión), pero no la había articulado hasta que no se me planteó la pregunta. ¿Cuál es la diferencia entre la fantasía tradicional y el hopepunk? Pues que la fantasía tradicional es… tradicional.

¡No te vayas, te prometo que se pone interesante!

La fantasía clásica, aquella de corte tolkieniano, tiene unos elementos muy definidos que se llevan reproduciendo desde que un señor inglés llamado John decidió que enseñar en la universidad no era lo suficientemente interesante. Para empezar, nos plantean un mundo nuevo que realmente es una versión idealizada de la Europa medieval (Inglaterra, casi siempre, aunque las culturas nórdicas también aparecen de vez en cuando), rodeado de culturas “bárbaras” No Tan Europeas (ajem). El sistema de gobierno preferido suele ser la monarquía; los estados, estar organizados de manera feudal; y la sociedad, ser estrictamente estamental, reproduciendo todas las formas de explotación y desigualdad que eso conlleva, pero presentadas de manera deseable: todo el mundo es leal al monarca, y los alzamientos campesinos y revueltas urbanas que puntearon el período medieval no suelen aparecer… a menos que hayan sido azuzadas por un malvado mago que busca hacerse con el poder, o como consecuencia del mal gobierno de un usurpador del trono que acabará siendo derrotado por el legítimo heredero por línea de sangre (estoy usando el masculino aquí a propósito). Además, enlazando con lo determinista de la sociedad, el Destino (un destino inamovible e incuestionable que decide quién es el rey, quién es el Elegido y quién es el villano) juega un papel fundamental.

(sí, sé que hay excepciones a esto. que nadie se espante, sólo estoy intentando trazar un cuadro general de la situación)

Las personas que criticaban la creación del hopepunk identificaban la famosa lucha entre el Bien y el Mal, en la que el Bien invariablemente gana, de la fantasía tradicional, con el optimismo. Y es optimismo, por supuesto; cualquier mensaje que nos diga que al final Todo Saldrá Bien es optimista. Pero fijémonos más de cerca en esto. La visión maniquea del mundo que presenta la fantasía tradicional, en la que un Bien luminoso y angélico derrota a un Mal oscuro y depravado ya ha sido criticada antes por autores mejores que yo, pero no está de más preguntarnos de nuevo: ¿qué es el Bien, para estas historias clásicas? ¿Qué es el Mal?

Para empezar, el Bien es occidental, como ya apuntábamos antes; incluso aunque las temibles hordas que amenazan al reino no sean sospechosamente… marrones, nos encontramos una y otra vez con culturas marginales de vaga inspiración asiática o africana, retratadas como “exóticas” y normalmente más caóticas y/o brutales que la principal, incluso aunque le autore haya intentado pasarles un filtro de relativismo cultural (te estoy mirando a ti, George Martin. No, no mires allá, mírame a mí. MÍRAME CARAJO TE ESTOY HABLANDO). La misma noción de “civilización” (que viene de civitas, “ciudad” en latín) es occidental, pues asocia el bien, la justicia y la armonía a una sociedad ordenada sobre la base de las ciudades; las culturas nómadas, o basadas en estructuras tribales o clánicas, suelen ser esos “pueblos bárbaros” que viven en los márgenes del reino.

Lo cual nos lleva al siguiente punto: en la fantasía tradicional, el Bien está asociado al Orden (ese tipo de orden tan concreto que acabamos de ver). Esto se refleja en la manera en que se plantea la trama y se resuelven los conflictos: muchas veces el Viaje del Héroe consiste justamente en “restablecer el orden” o “devolver el equilibrio”; es decir, hacer que las cosas vuelvan a ser como antes. A ser como deberían ser. Expulsar al usurpador que no tenía ningún derecho a ocupar el trono y sustituirlo por el legítimo heredero (again, el masculino es deliberado); repeler a las hordas bárbaras que amenazan las fronteras; desterrar al Mal Primigenio a los infiernos de los que nunca debió salir; devolver un objeto simbólico a su poseedore real. La introducción de cambios desencadena el caos, y el Caos es el Mal. 

(Si has jugado a Warhammer, un juego de fortísima influencia tolkieniana, sabrás que a los ejércitos “malos” se les llama “Hordas del Caos”. No es coincidencia).

Esta manera de entender el bien y el mal trasciende los límites de la literatura fantástica y permea en muchísimas historias de corte clásico. En las películas de la era del Renacimiento de Disney (sí, Disney tiene eras, yo también me enteré hace poco) el recurso de “conflicto se desencadena por la introducción de un elemento extraño y se resuelve con la eliminación de éste” es muy común; de hecho, varias de ellas tienen vistosas escenas finales en las que los destrozos causados por el villano en la localización principal desaparecen y devuelven al entorno su esplendor original. Pensemos en Aladdin o El Rey León.

La fantasía tradicional nació en un mundo colonial de valores muy rígidos, con una concepción muy estricta de qué era el bien, qué era el mal, y qué constituía un conflicto. Es optimista… incluso buenista (en general soy reacia a usar esta palabra porque me da la impresión de que significa “intentos de hacer lo correcto por parte de alguien con quien no estoy de acuerdo”, pero esta vez me resulta útil, porque la fantasía clásica se alinea automáticamente con todo lo asociado con el Bien, sea justo o no). Pero también es rígida y conformista respecto de los marcos en los que se desarrolla, y eso es un elemento que el grimdark, con toda su refrescante carga de transgresión, casi siempre hereda. Al ser un subgénero tan oscuro, que critica ese buenismo de la fantasía tradicional, se presta a llevar hasta el extremo la injusticia y la violencia emanadas de los sistemas que la componen. El mundo sigue siendo estamental, racista y machista, y ahora vemos las terribles consecuencias de ello: las gloriosas guerras de la fantasía tradicional nos muestran su sangre y su sinsentido; sentimos el hambre del campesinado, el látigo del verdugo, la desesperación del pícaro que roba y engaña para comer. En un mundo cada vez más preocupado por las trampas macabras escondidas detrás de los premios brillantes, es fácil ver por qué el grimdark es tan atractivo: si las cosas van a ser una mierda, lo mínimo es que encima no nos digan que toda esta debacle es una maravilla.

Un personaje dulce y compasivo también puede ser muy complejo e interesante. Ser desagradable no sustituye a la personalidad.

No obstante, otra característica del grimdark es justamente que no ofrece soluciones a esta situación tan poco halagüeña. Suele ser desencantado y moralmente ambiguo, pero casi siempre reproduce, para enseñarnos su lado oscuro, los sistemas que perpetúan la violencia en nuestro mundo. Este retrato raramente contiene una alteración de dichos sistemas; sólo ofrece otro punto de vista. Además, suele caer en la idea, no exclusiva del grimdark si no extensible a prácticamente todas las formas de ficción que existen, de que para que un personaje sea complejo e interesante tiene que ser frío y desaprensivo.

Lo que hace el hopepunk, en su búsqueda de optimismo, no es regresar a los valores tradicionales de la fantasía clásica (“todo se arreglará si las cosas vuelven a la normalidad”), si no crear otros nuevos. Eso es, creo yo, lo que lo caracteriza y separa de la fantasía que ya conocemos: es una fantasía nacida en el mundo actual, para el mundo actual. Es una fantasía progresista, si se quiere: no sólo explora otras maneras de narrar, si no otras maneras de vivir, de relacionarse y de solucionar los conflictos. Plantea la ternura y la compasión como valores positivos, imagina diferentes estructuras de poder (o ausencia de éstas, ¡válgame!), critica los valores tradicionales ofreciendo alternativas más humanas. Muestra preocupación por asegurar el futuro, en lugar de dejarlo en manos de unos poderes incontestados o de rendirse y tratar de arramblar con todo antes de morir. Y esto puede ocurrir en cualquier ambientación: en una fantasía de aspecto clásico, en ciencia ficción postapocalíptica, en realismo mágico… 

Dicho de otra manera, el hopepunk no sería tanto un subestilo definido por los elementos que la componen, si no por la orientación de la historia, por la actitud de le autore hacia ella. Es, al final, un término paraguas: te indica de manera rápida y cómoda qué tipo de historia y qué personajes vas a encontrar, y sobre todo, qué NO vas a encontrar. Lo cual puede ser muy útil si ya te has aburrido de la fantasía tradicional y del grimdark, o si simplemente se te están acabando los puntos de salud mental y no quieres leer algo que te dé ganas de clavarte un tenedor en el ojo.

Volviendo a las críticas: ¿es necesario, entonces, inventar un término nuevo? ¿No nos basta con decir “fantasía moderna” o “fantasía progresista”? ¿Por qué esta palabra?

…yo diría que “porque sí”.

Los términos para definir un género o subgénero artístico pueden ir desde lo más genérico a lo más específico, sin detrimento del arte en sí. Pongamos un ejemplo: siendo metalera desde los quince años, siempre me ha impresionado la complejidad de la terminología creada para explicar el sonido de cada grupo. El heavy metal originario ha tenido tantísimos hijos, y con diferencias tan sutiles entre ellos, que es casi imposible seguir el hilo. Power metal, doom metal, thrash metaldeath metal, folk metal… Todos emanan de la misma fuente, pero han desarrollado sonidos lo suficientemente particulares como para requerir una definición propia. ¡Y eso no es todo! Pueden fusionarse entre ellos, o pueden tener hijos propios (mi subgénero favorito es el symphonic gothic metal, un vástago del doom y el power con elementos operísticos y ambientación oscura), o incluso pueden inventarse definiciones completamente inéditas para explicar de forma sugerente cómo suena determinado grupo. Los fineses HIM, al ver la confusión del público ante su metal gótico, sexy y con toques de rock ’n roll, decidieron ponerle love metal, nombre que a día de hoy sólo ostentan ellos. ¡Pero aún hay más! Kawaii metal,  freak metal… se tome a sí mismo en serio o no, si suena como metal pero hay algo novedoso en su sonido, puede ser un nuevo subgénero: las posibilidades son infinitas.

La gran familia de la música metal. Las comidas de Navidad deben de ser un despelote.

Esta riquísima nomenclatura, no obstante, no le hace gracia a todo el mundo: los sectores más puristas del metal consideran que esta ramificación de la música no es más que una perversión del sonido originario y que hoy en día la gente le pone nombre a cualquier cosa.

Creo que ya se ve adónde voy: las definiciones para el arte son sólo palabras útiles. Y son tremendamente plásticas: nacen cuando se las necesita, cambian, evolucionan, se transforman en otras, y a veces, cuando ya no son necesarias, mueren. La transición entre los 90 y los 2000, por ejemplo, vio el auge de una mezcla de metal, música electrónica y rap que se llamó nu-metal, bajo cuyo paraguas se agrupaban bandas con sonidos e influencias más o menos similares, más o menos dispares; este subestilo no sobrevivió para ver el final de la década, pues los grupos que los hacían se separaron, o fueron virando su sonido hacia otros derroteros. Hoy en día muy pocas bandas en activo hacen ese tipo de música, pero si alguien te dice “esta canción suena un poco nu-metal” de inmediato aparecerá en tu cabeza el sonido de KoRn, de Limp Bizkit o de los primeros discos de Linkin Park. Nu-metal es una clasificación útil, porque te indica rápidamente cómo suena un grupo, aunque luego, como siempre, puedan haber sorpresas.

Con el hopepunk pasa lo mismo.

Quizá el hopepunk perdure como subgénero. Quizá desaparezca. Quizá se transforme, y no haya sido más que el germen de otra cosa. Pero si existe ahora, si se habla de él, es porque hay gente que lo necesita.

Si después de haber leído todo esto sigues pensando que “hopepunk” es una definición inútil, o que no te hace falta, tengo noticias geniales para ti: ¡no pasa nada! El concepto de hopepunk es como el neutro acabado en -e: si no lo necesitas o no lo quieres, no tienes por qué usarlo. De verdad. En serio. A mí nadie me está poniendo una pistola en la cabeza para que lo use (aunque hay quien piensa que soy imbécil por ello y no ha dudado en comunicármelo :D). Si no sientes necesidad de que el hopepunk esté en tu vida, no tienes por qué incorporarlo a tus hábitos lectores ni a tu escritura. Sólo recuerda que hay gente que sí lo necesita, que sí lo desea, gente a la que sí le sirve. Y realmente no están haciendo daño a nadie con ello. Es más, está CREANDO a partir de él, desafiándose, tratando de poner en el mundo algo que no sólo esté bien escrito si no que además dé fuerzas y esperanza a quienes lo lean. No creo que sea tan malo inventarse una palabra para eso.

Y si te estás preguntando por ese certamen, gané el primer premio, y es en parte por eso que estoy aquí, confiando en que te interesa leer mis palabras. Si eso no es hopepunk, no sé qué será.

 

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4 comentarios sobre “Palabras nuevas, viejas discusiones: del hopepunk al nu-metal

  1. Seven hells, ¡qué hostia tiene el tío del vídeo! ¿Por qué será que siempre que se critica algo lo primero que se dice es que es de NIÑAS de 15 años? Grrr…

    Pues yo creo que el hopepunk sí es necesario, tanto el término como el género en sí. Es lo que hablábamos en la entrada anterior: todos necesitamos un poco de optimismo en nuestras vidas. El grimdark es muy atractivo por su realismo y por todos los puntos que tú comentas, pero también nos acaba arrastrando a la negatividad y a la apatía. ¿Sabes? Quizás sea porque estoy muy enganchada ahora mismo y lo veo en todas partes, pero con tu definición y la de tumblr he llegado a una conclusión: Steven Universe es hopepunk total.

    Justo hoy estaba revisando una novela de fantasía que escribí en el último NaNo y me he puesto a darle vueltas mientras leía. Sigo sin tener claro a cuál de las tres categorías pertenezco…

    En cuanto a lo del metal (la verdad es que pensé que este post iba a ser más parecido a lo de «cómo salvar a la princesa» xD), aparte de que me ofende que en el árbol genealógico hayan sudado de mi amado symphonic metal, me ha sorprendido mucho que a Iron Maiden se los considere «hijos» del power metal. Siempre creí que era justo al revés O.o Por cierto, llevo desde que vi tu tuit de ayer queriendo proponerte que fundemos un grupo de spaghetti metal: será como el power symphonic, pero todas las canciones hablarán de comida.

    Read ya soon!

    1. Ya te digo. El vídeo tiene casi quince años ya, pero no he olvidado la oleada de odio que levantó la época del emo cuando yo estaba en secundaria. Cosas de la vida, las críticas al emo casi siempre eran machistas u homofóbicas, QUÉCOINCIDENCIA 😀

      Mira que yo no he visto Steven Universe (lo sé, lo sé, PENITENZIAGITE), pero por lo que he oído hablar a la gente de él estoy segurísima de que lo es. Es una serie suavita que trata temas serios con cariño, presenta el amor y la esperanza como fortalezas, y tiene un protagonista masculino sensible al que no se castiga por no ser un «hombre de verdad». A falta de ver la serie, me atrevería a sospechar que es muuuuy hopepunk XD

      Pues igual tu novela es las tres, oye, que se pueden combinar, son como los estilos de metal XDDDD. Bueno, es que es un género musical muy complejo, y no se puede abarcar todo en el mismo árbol genealógico (aparte de que quizá la persona que lo hizo tampoco tenía bien considerado al symphonic, que todo puede pasar -.-).

      ¡Gracias por comentar, y nos leemos pronto!

      PS: Estoy TOTALMENTE A BORDO con el spaghetti metal. Nuestro primer disco será un álbum conceptual: «In the realms of Grandma Paca: Quest for the lost croqueta».

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