Fantasías de poder, parte II: reinas supremas y chicas gato

Parte I

Hace tiempo, en el magazine digital Todas Gamers se hacían la siguiente pregunta: “Las fantasías de poder femeninas, ¿existen?”. La autora del artículo, Dryadeh, hacía una disección estupenda y muy sucinta de qué es una fantasía de poder y sus implicaciones de género, que no te he enseñado antes porque es mejor que la mía y me da vergüenza te animo a leer para refrescar algunos conceptos. A pesar de que Todas Gamers es una página sobre videojuegos y a mí nunca me han gustado (mea culpa), sus análisis me siguen interesando como punto de partida para reflexiones propias, como esta que estás leyendo; al fin y al cabo, los videojuegos también son una forma de narrar historias, y también moldean y son moldeados por el entorno en el que nacen. Es más, como bien señalaba Dryadeh, al ser un medio interactivo en el que se nos permite tomar decisiones e influir en el resultado final de la historia, es muy dado a las fantasías de poder: es ahí donde podemos observar con mayor claridad cómo percibe nuestra sociedad el poder, y quién ansían ser les jugadores. O quizás debería decir lOs jugadores.

Dryadeh procedió a hacer una criba de personajes femeninos en diversos videojuegos, buscando alguno que estuviese diseñado para complacer las fantasías de poder de un hipotético público femenino, al modo de las fantasías masculinas tradicionales. Le quedaron muy pocos, y no siempre cumplían todos los requisitos puesto que, al utilizar el eje del género, surgían dudas nuevas: en un mundo patriarcal y tan polarizado por géneros, ¿una fantasía de poder femenina significa que el personaje femenino ha de lucir y actuar de la misma manera que sus contrapartes masculinos? ¿O debe, por el contrario, explotar habilidades y rasgos que el patriarcado considera femeninos, como la astucia, la seducción y la diplomacia? ¿Eso no es cumplir con los estereotipos? Pero el ejemplo anterior de una mujer comportándose de manera estereotípicamente masculina ¿no es dar a entender que las virtudes asociadas a los hombres son mejores que las asociadas a las mujeres? ¿Qué andamos buscando las mujeres cuando creamos una fantasía de poder?

Preguntas, preguntas, preguntas.

(digo mucho esa frase. debería bordarla en un cojín o algo)

La conclusión de Dryadeh era bastante obvia: hay tantas fantasías de poder femeninas como mujeres. En un mundo desigual, donde las mujeres apenas tenemos poder siquiera sobre nuestros propios cuerpos y el poco al que podemos acceder normalmente se deriva de la opresión de alguien en peor situación que nosotras (por ejemplo, el que se nos confiere a las mujeres blancas sobre las personas racializadas, que ya comenté en mi pieza sobre Taylor Swift), no existe una fantasía de poder estándar para mujeres, sólo unos pocos personajes en los que nos podemos deslizar sin estar incómodas. No obstante, yo llegué a la misma conclusión de Dryadeh: a pesar de ser menos consistentes y menos visibles, las fantasías de poder femeninas, hechas por mujeres para complacer a mujeres, sí existen.

Es sólo que cuando aparecen la cultura hegemónica se burla.

 

Estos últimos meses he estado releyendo una saga muy querida para mí: la trilogía de Ginebra, de Rosalind Miles; una reescritura del mito del rey Arturo desde la perspectiva de su reina consorte. En esta versión es ella la poseedora original de la Mesa Redonda y la soberana natural de Camelot, capital de un reino matriarcal gobernado por reinas que no sólo entran en batalla, si no que eligen cada siete años al mejor de sus paladines para que sea su pareja. El primer elegido conserva el título de rey, pero eso no evita que sea sustituido llegado el momento: en las tradiciones del reino el amor (hetero)sexual es sagrado y cualquier mujer (y aún más una reina) debe mantenerse activa por el bien de las cosechas y la fertilidad de su tierra. Ginebra, además, ha sido educada en la isla sagrada de Avalón, hogar de la Señora y centro neurálgico de la religión de la Madre Diosa, basada en la fertilidad y la libertad femenina, ahora bajo amenaza debido al avance del cristianismo en las islas.

Leí estas novelas entre los trece y los catorce años, y siento muchísimo cariño por ellas, a pesar de los fallos obvios que he descubierto leyéndolas como escritora adulta, por múltiples razones. Fue mi primera introducción al ciclo artúrico, un tema que a día de hoy aún me encanta, y además tenía una subtrama romántica totalmente desvergonzada, sin miedo a la cursilería (y yo era una adolescente intensita y hambrienta de amor). Luego, por supuesto, estaba Ginebra. La protagonista indiscutida, todopoderosa, mítica. Yo quería ser ella.

Es fácil entender por qué: Ginebra lo tiene todo. Todos los personajes, todas las tramas giran a su alrededor. Incluso cuando un capítulo se narra desde el punto de vista de otra persona, sus descripciones y pensamientos se ajustan a la visión que Ginebra tiene de elle. No sólo es reina por partida doble (de su propio país y de toda Britania), si no que además es adorada sin ambages por todos sus caballeros, empezando por el propio rey Arturo y acabando por Lanzarote, su amante. Todos los personajes negativos la odian (mensaje cristalino: si no estás con la reina, eres de los malos). Incluso cuando hace cosas moralmente cuestionables, como engañar a su esposo con Lanzarote, la trama le allana el camino: las reinas de su tierra siempre han elegido libremente a sus compañeros sexuales, y Arturo ya le ha fallado antes llevándose a su hijo de siete años a una batalla donde muere. Y cuando se comporta de manera caprichosa o injusta (los arrebatos de celos que le dan cada vez que Lanzarote respira demasiado fuerte cerca de otra mujer, más propios de una persona de quince años, se escuchan hasta Escocia) su actitud se enmarca dentro de su majestuosidad: es una reina apasionada, tonante, terrible, hecha para ser amada y temida a partes iguales.

Si estás pensando que Ginebra es una pendeja en esta versión de la leyenda, tienes toda la razón. No obstante, recapitulemos todos esos rasgos que la hacen tan irritante como personaje. Es una reina: se le debe obediencia incuestionable, por muy extrañas o crueles que sean sus órdenes, y su pueblo la adora ciegamente. Se la considera la mujer más bella, grácil y majestuosa de las islas: todos los hombres que la ven caen rendidos ante su hechizo. Es infiel, pero no pasa nada porque Arturo es un pimpín que se deja manipular por los cristianos y de todas formas ya habíamos dicho que no cuenta como infidelidad si la Diosa dice que no pasa nada. Siempre tiene razón: como todas las reinas de su linaje, posee ciertos poderes de videncia y puede anticiparse a las malas intenciones o a los desenlaces. Y cuando no la tiene (o cuando directamente hace algo malo) la trama la excusa. Normalmente haciendo que algún personaje cercano haga algo aún peor para que sus faltas palidezcan en comparación.

Es decir, la trama y los personajes secundarios se tuercen y ajustan en torno a ella, procurando retratarla siempre bajo la luz más halagüeña posible y dejando claro que al final, pase lo que pase y haga lo que haga, Ginebra no sólo se saldrá con la suya, si no que seguirá siendo “la buena”. Porque esta es su historia.

Exactamente igual que ocurre con los protagonistas de las fantasías de poder masculinas.

En esta última relectura me he dado cuenta de que, en muchos aspectos, Ginebra es una fantasía de poder femenina hecha a imagen y semejanza de las masculinas que se las arregla, no obstante, para seguir siendo femenina en el sentido tradicional. Un poco como si estuviera en el medio justo del espectro que discutíamos anteriormente. Hace lo de que le da la gana con su reino y con su cuerpo, ordena y dispone de las vidas de caballeros y súbditos, es cruel e implacable con quien la afrenta, pero al mismo tiempo es bella y magnífica, y tiene a su disposición una corte de hombres que la veneran y se pelean por conseguir su favor. Sólo tiene relaciones sexuales por amor, pero las tiene como y cuando quiere, y siempre son satisfactorias. Y Miles la escribió procurando que sintiéramos empatía por ella.

No me extraña que en las reseñas de Goodreads que encontré haya tanta gente quejándose de lo insoportable que es la protagonista. Como cultura, estamos acostumbrades a disculpar, racionalizar y justificar ciertos comportamientos en los grupos dominantes, y a percibirlos automáticamente como amenazas o perturbaciones en personas marginalizadas. Recuerda, por ejemplo, cómo comentamos el mes pasado que la misma violencia que convierte a un hombre blanco en héroe hace a uno racializado verse como un terrorista.

Obviamente el hecho de que Miles sea teórica feminista, aparte de escritora, ayudó mucho a configurar a Ginebra como la fantasía de poder que es: arrogante, indolente y aún así digna de amor y comprensión. No obstante, no es un caso aislado. El rasgo que, a mis ojos, la hace una fantasía de poder (la justificación y el afecto incondicionales que recibe) aparece en muchas otras protagonistas femeninas. Especialmente en la literatura romántica. Piensa en las heroínas de la novela rosa tradicional, o en las protagonistas de las sagas de romance sobrenatural para adolescentes. La crítica más común que suelen recibir –esa crítica con la que despedazamos en su momento a Bella Swan, protagonista de Crepúsculo– es que no tienen nada que las haga especiales, y sin embargo todo el mundo actúa como si lo fueran. No tienen apenas personalidad, no toman decisiones propias, no evolucionan a lo largo de la trama y sus únicos rasgos definitorios son defectos leves, como la torpeza o la ingenuidad. Y sin embargo el mundo entero cae de rodillas a su paso, la Rebelión la sigue, el villano la percibe como amenaza, el vampiro y el licántropo se pelean a muerte por su amor, el atractivo millonario/noble inglés la baña en dinero y atenciones y parece estar, válgame Dios, dispuesto a renunciar a su vida de calavera por ella. No ha hecho nada para ganarse todo esto, porque no es más que un marco vacío donde las lectoras pueden proyectarse, y sin embargo lo recibe.

Exactamente igual que otros centenares de héroes masculinos, que son desagradables, egoístas, violentos e inmaduros a lo largo de toda la historia, y que en vez de personalidad tienen una boca sucia y dos pistolas, pero al final son premiados con reconocimiento social y el amor de la mujer que deseaban. La única diferencia es que los defectos que exhiben son tradicionalmente masculinos, y por lo tanto justificables; las heroínas románticas, por su parte, muestran rasgos asociados a lo femenino como la sensibilidad, la fragilidad y la preocupación por el amor romántico, y los usan para obtener lo que desean. Esta ficción, a pesar de ser potencialmente muy tóxica y de cumplir con estereotipos retrógrados acerca de la feminidad, ofrece a sus lectoras una fantasía de poder relativa dentro del patriarcado: sí, siendo mujer quizá necesites ser rescatada cada dos por tres, y puede que no puedas tomar una decisión de vida o muerte sin ponerte a llorar, pero tendrás todos los premios sociales que tu cultura considera adecuados para una mujer (respetabilidad, seguridad, amor, matrimonio, posición económica) completamente gratis. No tendrás que hacer nada; eres la protagonista, los regalos te acabarán cayendo en la falda.

Esta fantasía es, como decíamos, anticuada, y tiene muchas limitaciones. Durante siglos nos hemos conformado con ella porque era lo más cerca que podíamos estar del poder (si no puedes ostentarlo, cásate con él y recoge las migas). Pero las cosas han cambiado mucho estos últimos dos siglos, y las insuficiencias de la fantasía romántica tradicional cada vez son más evidentes. ¿Qué pasa con las chicas sáficas, que no quieren un príncipe si no una princesa (o quizá una guerrera)? ¿Qué pasa con las chicas masculinas que no se adaptan a las expectativas de su género? ¿Qué pasa si no quieres ser Bella Swan si no el capitán Kirk, para poder dirigir una nave espacial, disparar tu propio fáser, seducir a incautas razas alienígenas y tomar difíciles decisiones de mando que todo el mundo ha de acatar?

El siglo pasado nos trajo una cristalización maravillosa de todos estos deseos, una nueva fantasía de poder eminentemente femenina, hecha por mujeres para mujeres, un tipo de personaje para el que nada es imposible, hecho para que las niñas y adolescentes a lo largo y ancho del mundo pudieran insertarse en su universo favorito y gobernarlo, salvarlo y ponerlo a sus pies una y otra vez, exactamente como sus compañeros de clase llevaban haciendo desde el principio de los tiempos.

Estoy hablando, por supuesto, de la Mary Sue.

 

 

Incluso aunque no hayas oído hablar del tropo de la Mary Sue (y si estás aquí huroneando en mi blog lo veo difícil, pero digamos que sí) estoy segura de que estarás familiarizade con el concepto. El término “Mary Sue” fue acuñado en el fandom de Star Trek: en 1974 Paula Smith, editora de varios fanzines de la serie, escribió un brevísimo fanfiction llamado “A Trekkie’s Tale” donde parodiaba un tipo de personaje original que había observado varias veces en otros fics. Estos personajes eran evidentes autoinsertos de la autora, poseían una belleza fascinante y más habilidades de las humanamente posibles, solían enamorar al capitán Kirk o al señor Spock (dependiendo de las preferencias de la escritora) y ser algún tipo de híbrido humano-alienígena, aparte de desempeñar algún cargo importante para el cual eran ridículamente jóvenes. Y, por encima de todo, irrumpían en la trama original de la serie, robando el protagonismo al resto de personajes y recibiendo su admiración sin límites. El personaje creado por Smith, la teniente Mary Sue, pasó a nombrar a ese subtipo de personaje, y desde entonces ha saltado desde Star Trek al resto de fandoms y de ahí a la cultura popular, un método rápido de designar a un personaje diseñado como avatar de su autora para acaparar la atención y el amor del público. Para sorpresa de nadie, aunque se ha intentado introducir una versión masculina en el vocabulario friki (Gary Stu o Marty Stu), los personajes Mary Sue son casi siempre mujeres. Y sus autoras también.

(algún día hablaremos del papel fundacional que tuvieron las mujeres en el nacimiento de los fandoms y la cultura friki y de cómo siguen conformando buena parte de su columna vertebral, diga lo que diga Big Bang Theory)

En resumen: un personaje Mary Sue es una fantasía de poder femenina, pura y dura, creada casi siempre por autoras adolescentes. Y aunque creo que nadie defendería que una Mary Sue es una buena protagonista (sus creadoras buscan saciar deseos insatisfechos, no crear  alta literatura), no puedo evitar entender su función en un mundo que desprecia a las mujeres en general y a las adolescentes en particular.

Las mujeres nos criamos con las fantasías de poder de otros. Vemos al héroe/antihéroe triunfar una y otra vez. Decir las mejores frases, protagonizar las mejores escenas de acción, conseguir siempre al objeto de sus afectos, recibir apoyo emocional y validación haga lo que haga. Luego tenemos que tirar el cubo de las palomitas a la basura o cerrar el libro y volver a salir a un mundo que se burla de nosotras. Que nos dice que somos histéricas, gritonas, hormonales, torpes, molestas, peores (pero que luego, irónicamente, trata de convencernos de que maduramos antes para que mostremos paciencia cuando los chicos hacen exactamente lo mismo). Nos bombardean con mensajes de que debemos ser guapas pero no creídas, sexys pero no putas, recatadas pero no estrechas, simpáticas pero sin hablar demasiado, y dios, en el revuelo de la adolescencia nosotras con las justas podemos atarnos los zapatos sin ponernos a llorar. Nos enamoramos de mundos de fantasía donde todo es posible, vemos por enésima vez al héroe alzarse con la gloria, y pensamos «caray, ojalá fuera yo». Y de repente surge una idea maravillosa. «Oye, ¿quién impedirá que sea yo?»

Así que cogemos el teclado y nos colamos allí. Y nos creamos un avatar pésimamente escrito que alivie todas las faltas que vemos en nosotras mismas. ¿Te sientes fea e incómoda con tu cuerpo? Tu Mary Sue será bellísima, arrebatadora, imposible de ignorar. ¿Te sientes vulgar? Tendrá además un ojo blanco y el otro morado, un pasado trágico que la hace fascinante y misteriosa, y orejas de gato. ¿Eres mala en gimnasia, el profesor se la pasa humillándote y tu mejor amigo te dice «no pasa nada, es que eres chica»? Aparte de orejas tendrá genes de gato, que la harán más rápida, más ágil y más perceptiva que el resto de humanos. ¿Te sientes tonta? Tu Mary Sue es un genio. ¿Te hacen bullying? Tu Mary Sue es una guerrera invencible ejecutando una sangrienta venganza. ¿Estás sola y cachonda y hambrienta de afecto, pero crees que nadie te querrá nunca? Los personajes más deseados del fandom caerán suspirando a tus pies, listos para satisfacer el menor de tus caprichos.

(sí, por supuesto que yo también creé mis propias Mary Sues en su momento. Harry Potter. no, por supuesto que no voy a enseñarte nada)

El término “Mary Sue” supuestamente se usa para definir cualquier personaje demasiado perfecto y mal construido, bendecido por la trama sin más motivo que su lucimiento personal. Pero raramente alguien lo usa para definir a Batman o a James Bond, a pesar de que cumplen con muchos de los requisitos. No nos molesta (tanto) que el héroe tenga todo lo que quiera y que sus poderes y triunfos no tengan justificación porque, bueno, es el Elegido. Ni siquiera nos termina de importar que la calidad de la historia o el desarrollo de su personaje sean mediocres (grandes héroes de acción como Schwarzenegger o Van Damme tienen a sus espaldas sagas enteras cuya trama se aguanta con un hilo mal cosido). Lo que nos fastidia es que la heroína pluscuamperfecta sea mujer. Anakin Skywalker puede tener un poder nunca antes visto y un talento impresionante para dominar la Fuerza, ser un piloto sin parangón, estar destinado a alzarse como caballero jedi/sith y cambiar el destino de la galaxia a pesar de haber nacido como esclavo porque nosequé de una profecía, pero que Rey sepa puentear naves espaciales y pelear con bastón (algo bastante plausible en una chatarrera huérfana) ADEMÁS de ser sensible a la Fuerza nos parece demasiado. ¿Quién se ha creído que es?

La función de cualquier fantasía de poder es consolarnos, suplir con la ficción las carencias que nos pesan en la realidad. Ese deseo dio vida a los grandes héroes y amados granujas del cine y la literatura, a Lobezno y Han Solo, pero también a todas las Mary Sues que pululan por Wattpad y Fanfiction.net y Archive of Our Own. Y aun a las heroínas virginales y más bien tontas de la literatura romántica. La calidad puede ser mayor o menor, pero ése no es el problema. Cuando nos escondemos detrás de la careta de la chica gato, las mujeres estamos diciendo «yo también quiero tenerlo todo. Quiero ganar aunque sea una vez».

Volviendo a la pregunta que se hacían en Todas Gamers hace un año y pico: sí, las fantasías de poder femeninas existen. De una forma o de otra, adaptándose a expectativas encorsetadas o instrumentalizando como pueden las pocas armas dejadas a su alcance para, aunque sea por un rato, soñar con gobernar el mundo. Incluso aunque sea un mundo limitado y lleno de reglas injustas. De ahí que muchas feministas frikis hayan reclamado el término Mary Sue, evidenciando el patente sesgo de género que tiene ese desprecio hacia los personajes que supuestamente son perfectos sin justificación. Los hombres llevan siglos haciéndolo. O cambiamos la forma de plantear los personajes, o las mujeres seguiremos jugando a ser reinas. Y si se nos insulta por ello, bueno. Ya nos insultaban para empezar, ¿cuál es la diferencia?

 

Para acabar: mi visión de este asunto es limitada. En aquel artículo de Todas Gamers ya se nos señalaba que hay tantas fantasías de poder como mujeres, y resulta que no todas las mujeres somos iguales. Yo soy blanca, por ejemplo, y eso ha configurado mi visión del mundo y mis fantasías de poder: nunca me ha costado imaginarme como una hermosa princesa, delicada y deseable y lista para ser rescatada por el héroe de turno, porque todas las princesas con las que crecí se parecían a mí. Por eso, toda mi vida he sentido sed de algo diferente: de ser fuerte y valiente, dura y diestra en la batalla, capaz de resistir cualquier cosa, de derrotar a cualquier villano.

Imagínate el tamaño de mi sorpresa cuando, hace unos años, empecé a moverme por círculos feministas en internet y me encontré con que para las mujeres racializadas el cuento era muy distinto. Sobre ellas pesaban estereotipos raciales, aparte de misóginos: la delicadeza y la indefensión que vemos en las princesas son rasgos de la feminidad blanca que no se extienden a todas las mujeres. A las mujeres negras se las percibe como hipersexuales y agresivas, capaces de tolerar mayor sufrimiento (y por ende presas legítimas para toda clase de abusos); las mujeres asiáticas suelen ser vistas como bocaditos sumisos y exóticos que el héroe puede echarse a la boca si se siente aventurero. La misma fragilidad que a mí me hacía sentir desempoderada me hacía al mismo tiempo deseable como esposa, una meta asfixiante pero revestida de respetabilidad y seguridad. Las mujeres racializadas no eran princesas porque no se las veía como dignas de amor, ni como seres preciosos que debían ser protegidos a toda costa. Ellas QUERÍAN ser la princesa, porque nunca se les había permitido acceder al trono, con todo el aprecio y poder que ello implica, en primer lugar. Sus fantasías de poder eran muy diferentes a las mías, porque estaban más lejos del poder real que yo.

Y ése es sólo uno de los ejes a tener en cuenta. Imagínate si incluimos a mujeres trans, discapacitadas, neuroatípicas…

(Recordemos, chicas: el feminismo no es de talla única. Es imposible que lo sea.)

 

Nuestras fantasías cambian dependiendo de cuánto poder ostentemos en el mundo real. En cada una de ellas hay una huella de ADN social, una manera de rastrear quiénes somos, qué papel se espera que desempeñemos, y qué carencias en nuestra vida nos duelen más. Incluso pequeños indicativos de cómo entendemos el poder, o de qué pensamos de él en primer lugar. Entre la gente de mi generación es bastante común la broma de que nuestra fantasía más salvaje es poder permitirnos casa, comida y aficiones, lo cual obviamente es una crítica a los Grandes Poderes que gobiernan el mundo sin que nadie los haya elegido. Pero quizá ése es un comentario para otra ocasión.

Así que cuéntame, ¿qué dicen tus fantasías de ti?

 

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