«Es como un cuento»: una defensa de la divulgación

Este último mes mi pareja y yo hemos estado viendo la serie de divulgación “Cosmos” durante la cena. Hace un par de semanas, viendo un capítulo dedicado a la naturaleza de la luz, tuve una revelación. En algún punto del episodio, el presentador y astrofísico Neil deGrasse Tyson camina por el bosque, explicándonos cómo los fotones viajan a una velocidad imposible de alcanzar para cualquier otra partícula conocida, cuando de repente la pantalla se pone en blanco y negro y las formas empiezan a vibrar, y oímos fugazmente un curioso sonido. Música, quizás. Tyson se detiene, sorprendido. «¿Qué ha sido eso? ¿Has oído algo?». Un rato después, durante una secuencia de animación que nos muestra al científico británico William Herschel a punto de descubrir la radiación infrarroja, ocurre algo similar: la imagen vibra con extraños colores, y suenan unas breves notas musicales. «¡Ese sonido otra vez!» dice la voz en off de Tyson. «¿Qué será?». Al final del episodio Tyson pasea por el malecón de Shanghai de noche, las luces de los rascacielos reflejándose en las aguas del río Huangpu, y nos explica que hay muchísimos tipos de luz invisible, y que limitar nuestra percepción de la realidad sólo a aquellas que perciben nuestros ojos es como escuchar música sólo en una octava, pues cada tipo de luz nos revela fenómenos cósmicos imposibles de ver bajo cualquier otra radiación. «Apenas acabamos de abrir los ojos» dice, mirando intensamente a la cámara. La pantalla vuelve a vibrar y vemos cómo una panorámica de la ciudad de Shanghai se va iluminando con diferentes tipos de luz: infrarroja, rayos gamma, ondas de radio. Cada vez que la luz cambia, oímos una sección diferente de una orquesta tocando Rhapsody in Blue, de George Gershwin; y cuando vemos la escena a todo color, toca toda la orquesta. La música se funde con los créditos.

Nada más llegar a esa parte me levanté bruscamente de la mesa, echando hacia atrás mi silla, y señalé la pantalla con la boca abierta, gritando «¡ese hijo de puta ha hecho la regla del tres!». A mi pareja casi le dio un infarto. Pero Neil deGrasse Tyson había, en efecto, usado la técnica narrativa conocida vulgarmente como “regla del tres”, y haciendo eso me había enseñado una lección magistral acerca de la necesidad imperiosa de la divulgación de masas.

 

La divulgación es esa rama de los medios de comunicación, ya sea literatura, prensa, televisión o incluso cine, que busca acercar temas especializados al gran público. Revistas que van desde Muy Interesante hasta National Geographic, documentales sobre naturaleza, ciencia o historia, suplementos o números especiales de una publicación que tratan con un poco más de profundidad un tema que afecta al público lector pero del que quizá éste no tenga demasiada información, desde la experimentación con células madre hasta la historia del Islam. Para propósitos de este artículo voy a incluir también la ficción y otras formas de entretenimiento que se apoyan en conocimientos científicos (piensa en las novelas históricas), a pesar de que no son estrictamente divulgación, porque comparten una función que me interesa resaltar: ambas acercan complejos campos del saber al gran público de manera accesible.

La divulgación es el contacto primario (y muchas veces el único) que tenemos con el saber científico. Al fin y al cabo, la mayoría de nosotres no somos genios capaces de sacarnos seis doctorados, estudiando literatura shakespeareana por la mañana y macroeconomía global por la tarde. Nuestra capacidad es limitada, así como la vida, por mucho que les gurús de la productividad nos azoten el trasero constantemente con mensajes de que todo es posible si duermes cuatro horas y lo deseas mucho. Por eso la divulgación es tan popular: satisface la curiosidad de la gente sin exigirle una especialización académica. A veces no queremos escribir una tesis sobre tectónica de placas, sólo queremos averiguar cómo puñetas se forman las olas. Y ahí se descuelga la divulgación, heroica ella.

Por supuesto, hay divulgación buena, mala y regular. No todas las publicaciones tienen el mismo rigor: una divulgación mal planteada puede, en el mejor de los casos, difundir ideas inexactas sobre temas científicos (como la estructura del átomo) y en el peor perpetuar estructuras sociales que generan desigualdad y violencia contra algunas personas. Un artículo basado en fuentes médicas desactualizadas que identifique ser transgénero con un trastorno mental, por ejemplo. Creo que está bastante claro que el público se merece una divulgación rigurosa y bien fundamentada, pero no es de eso de lo que quiero hablar. Al menos no exactamente. De lo que quiero hablar es de por qué la buena divulgación es importante, y cómo suele apoyarse en técnicas propias de la literatura y el cine.

A pesar de lo mucho que le pueda pesar a la Academia.

 

A les especialistas, en mi experiencia, no les gusta demasiado la divulgación. Como probablemente sepas si has seguido mis amargas pataletas en Twitter, yo estudié una licenciatura de Historia, y una de las cosas que recuerdo con más claridad era la guerra sorda que había entre historiadores y periodistas (oh sí, les académiques se pelean. a veces incluso se agarran por las solapas. es un cague de risa). Poco tiempo pasaba sin que alguien dejara caer una pulla pasivo-agresiva acerca de “nuestros amigos de la facultad de al lado”, que no sólo tenían la tremenda desfachatez de escribir sobre Historia sin haberse sacado la carrera, si no que encima (Jesús María y José) se atrevían a escribir novelas históricas terriblemente inexactas y a soltarlas por el mundo.

La posición de mis profesores era muy clara: si no eres historiadore no deberías hablar sobre historia, y la ficción histórica hace muchísimo daño porque no es completamente fiel y engaña al público. El hecho de que esa ficción fuera tremendamente popular y que la gente la prefiriera a los trabajos especializados sólo les indignaba más. No obstante, no recuerdo que nadie en el claustro docente se dedicara a competir con ficción de su puño y letra. Mis profesores estaban cabreades porque había gente no especializada ahí fuera haciendo algo que elles no estaban dispuestes a hacer. O para lo cual quizás no tuvieran capacidad.

¿Por qué tanto odio?

Hasta cierto punto entiendo por qué estaban tan a la defensiva. La historiografía es una disciplina humanística, y como tal está bastante mal considerada en la opinión pública. Las humanidades suelen ser vistas como disciplinas inferiores, algo que estudias para pasar el rato pero no para labrarte un futuro ni para mejorar el mundo. Como conocimientos difícilmente mercantilizables, son ninguneadas y olvidadas por los gobiernos neoliberales; como ciencias “inexactas”, son contempladas con condescendencia por buena parte de la comunidad científica. Siendo estudiante de bachillerato humanístico, y posteriormente de Historia, tuve que aguantar burlas y desprecio constantes de mis contrapartes de ciencia e ingeniería, totalmente convencides de que su labor era superior.

(algunes siguen portándose así a día de hoy, que ya vamos por la treintena. ejem)

Ante semejante panorama es comprensible que a les historiadores les salga espuma por la boca cuando alguien ajeno a la comunidad quiere meter la mano en su campo de investigación. «Ah, mi disciplina era estúpida hasta que a ti te gustó y ahora quieres jugar a los gladiadores, ¿eh? Vete a la mierda». No obstante, creo que hay otra motivación en juego, y por desgracia es mucho menos noble: el esnobismo de la Academia.

Al graduarme me quedé con la sensación de que la Universidad se percibe a sí misma como guardiana del saber, en lugar de comunicadora de éste; que es una especie de alacena vagamente endogámica donde se guardan los conocimientos de diversos campos para que no los toque nadie que no haya pasado por un riguroso proceso de desinfección. El conocimiento académico es iniciático, como un culto religioso secreto: no podrás hablar, escribir ni analizar hasta que no hayas pasado las pruebas pertinentes y realizado las ceremonias establecidas, y te comprometas a acatar las normas de la hermandad. A menudo pienso que esto tiene menos que ver con el establecimiento de estándares de calidad y más con la conservación de un statu quo jerárquico. Hay gente que Sabe de verdad, y luego el pueblo llano, que puede aprender algo aquí y allá pero nunca estará a su nivel.

Les historiadores que me formaron desconfiaban de cualquier medio de comunicación que transmitiera su disciplina al gran público de manera simplificada (incluyendo cine y literatura) porque lo percibían como una contaminación del saber que custodiaban. El conocimiento debía transmitirse íntegro, siguiendo los valores y métodos preestablecidos, o no se transmitía y punto. Nada les enfurecía más que ver a la gente disfrutando con esos medios, recordándolos, llevándose una “idea equivocada” de la historia por culpa de la irresponsabilidad de tal película, tal novela, tal revista, en lugar de buscar fuentes fiables escritas por manos expertas.

Nunca les vi preguntarse por qué la gente prefería esos medios inexactos a sus expertas monografías.

 

 

Mira, esto favorece una respuesta facilona: la gente prefiere los medios inexactos porque son divertidos y fáciles y la gente es vaga y estúpida y no está dispuesta a hacer un esfuerzo por aprender. Sé que muches docentes de mi facultad pensaban así (dado que tenían libertad de cátedra no solían morderse la lengua a la hora de maldecir, era un espectáculo aquello). Pero ya sabes que en este blog se cuestiona mucho la noción de “inteligencia” académica, así que vuelvo a lo que expuse antes: no todo el mundo es especialista, ni quiere serlo. Hay gente que arregla motores. Hay gente que lleva la contabilidad de una empresa. Hay gente que administra una casa o cuida de la familia de otras personas. Pero toda esta gente puede sentir curiosidad en algún momento, y no va a ir a la biblioteca a sacar un estudio de dos kilos sobre la teoría de los lugares centrales de Christaller.

Porque, dejando aparte que no todo el mundo dispone de tiempo, medios ni salud mental para desplazarse hasta la biblioteca, adivinar cuál de todos esos mamotretos tiene la información que busca y descifrar el críptico lenguaje en que está escrito… los textos especializados son muy, muy aburridos.

Sé que hablar de diversión es un poquito polémico con la pelea que está habiendo entre docentes y «especialistas» designados por el gobierno, y que quizá sea delicado proponer pasárselo bien cuando apenas hay dinero para dotar a las escuelas. Soy consciente. Pero eso no es excluyente del hecho de que los textos especializados SON aburridos. No están hechos para entretener; ni siquiera para ser leídos fácilmente (en la Academia se insiste muchísimo en la buena ortografía pero a la buena redacción aún no se la han presentado, aparece). ¿Deberían dichos textos ser divertidos? Quizá no. No es su trabajo, al fin y al cabo. Pero si quienes los han escrito de verdad sienten interés por que más gente sepa lo que elles saben, van a tener que vivir con el hecho de que su trabajo puede resultar somnífero a alguien no especializado, y que quizá necesite un método diferente para comunicarlo.

Eso es una realidad a la que les escritores de ficción nos enfrentamos constantemente: no hay momento más jodido que el de recibir una lectura beta o de sensibilidad y tener que leer a otra persona criticar tu trabajo sin piedad, señalando inconsistencias o excesos o explicándote que esa descripción que te gustó tanto no sirve para nada. Es duro, pero hay que tragarse el ego, porque al final esas críticas mejoran tu historia. La hacen más fluida, más coherente, más dinámica, más parecida a la versión que tenías en mente; la convierten en una obra mejor escrita, y ¿no es eso lo que quieres ofrecerle al público?

Por desgracia ese tipo de autocríticas no son muy abundantes en la Academia. Recuerdo que la gente que trabajaba en mi facultad estaba muy preocupada por ser rigurosa en sus trabajos (lo cual es vital, porque para eso están) pero no por hacerlos comprensibles a gente que no fuera como elles. No estoy muy segura de que siquiera se dieran cuenta de lo impenetrables que eran sus disquisiciones para personas externas a la Universidad. Creo que por eso se enfadaban cuando la gente prefería la divulgación y el cine. Vuelven a entrar en juego la endogamia y la exclusividad: si algo es bueno para mí ha de ser bueno para todo el mundo, y si Todo El Mundo no lo quiere es porque son muggles descreídos.

(estoy disfrutando con esto más de lo que debería)

Salí de la universidad en 2013 repitiendo lo que me habían enseñado: sólo se te debería permitir participar de la Historia como disciplina si tenías un título. Si no, eras un intruso y tu conocimiento era inferior.

 

Pero el tiempo pasa. La universidad acaba. Y tras varios años me acabé dando cuenta de que no era cierto: se puede aprender bien fuera de los cauces oficiales. De maneras diferentes, sí, pero no necesariamente peores. He conocido a muchísima gente que no es historiadora pero a la que le apasiona la historia, que tiene una base de datos brutal y un conocimiento al milímetro de determinados períodos o fenómenos, que se ha educado sola, simplemente porque le divertía. Recreadores de indumentaria histórica. Escritores de fantasía épica. Trabajadores manuales y amas de casa que dedican sus ratos libres a leer Desperta Ferro y a planificar estrategias bélicas con piezas de Warhammer. Sus conocimientos han surgido del placer y la curiosidad, no de un programa académico, pero existen y son verídicos. Esta gente suele ser la más dispuesta comunicar dichos conocimientos al gran público, porque quiere compartir lo divertidos que son (y porque no suele pensar que tenga que demostrarle nada a nadie).

Haz click en la imagen para acceder a la página de Prior Attire, un atelier británico especializado en indumentaria histórica.

El mejor libro de divulgación histórica que he leído últimamente, “El arte de la guerra y la escritura fantástica”, está firmado por un titulado en Economía, Ricardo Cebrián Salé. Cebrián hace una disección muy sencilla de los diversos elementos que componen un conflicto bélico (armamento, logística, táctica, política) con vistas a reflejarlos en la ficción, y repite constantemente que la información del libro puede ampliarse (sugiere varias publicaciones especializadas) y que sus afirmaciones son matizables. Ése es su valor. Cebrián no ahoga su manual tratando de ser exhaustivo: te enseña los puntos básicos, sabiendo que eso era lo que deseabas saber, te indica hacia dónde dirigirte si quieres saber más, pero se abstiene de juzgarte si con su manual tienes suficiente. Sabe que has venido por curiosidad, no a pasar un examen. Y sabe que a veces la perfección emana de la simplicidad, no del infinito.

(puedes comprar el libro aquí)

No me extraña que las novelas históricas más populares hayan sido escritas por gente de fuera del gremio. Les historiadores raramente sabemos cuándo dejar la exactitud de lado y muchas veces sepultamos nuestra historia bajo detalles innecesarios o subtramas que congelan la acción, dándole una densidad aburridísima de la que no somos conscientes porque ya nos hemos habituado a leer textos pesados y no notamos la diferencia. Hablo con conocimiento de causa. La exactitud histórica (la exactitud científica) no hace una obra más interesante, por mucho que a mí me hormiguee la entrepierna sólo con pensar en la teoría marxista de la protoburguesía medieval.

Para atraer a la audiencia hace falta ser humilde y volver los ojos hacia otras disciplinas que sí son expertas en llamar y mantener la atención del público: la ficción, el periodismo, la divulgación. Podemos beneficiarnos mucho de ellas; ahí está Cosmos y su regla del tres. 

Que no cunda el pánico, no tiene nada que ver con las matemáticas.

La regla del tres es una variación de uno de los recursos más básicos de la narrativa: el establecimiento y resolución (en inglés, setup and payoff), que consiste en atraer la atención del público hacia un elemento importante de la trama, enfocándolo o nombrándolo, para crear expectativas en el público (establecimiento) y más tarde mostrar satisfactoriamente por qué dicho elemento era importante (resolución). La regla del tres aporta tensión extra añadiendo un estadio intermedio: primero establecemos el elemento, luego lo volvemos a mostrar para recordárselo al público, y finalmente revelamos su función. La regla del tres es tan efectiva, al menos en Occidente, porque culturalmente tendemos a encontrar más coherentes las cosas estructuradas en tres o repetidas tres veces, como el teatro clásico.

(por si te interesa, yo descubrí este método en un descacharrante videoensayo de Dan Olson cagándose en la pésima edición de Suicide Squad. Ve al minuto 7:25 para una lección acelerada de la regla del tres con unicornios rosa)

Huelga decir que estas fórmulas no están escritas en piedra y que no son la única manera de contar una historia, pero han demostrado ser muy satisfactorias y memorables para el público a lo largo de los años, y el equipo de Cosmos lo sabía bien. En aquel capítulo, Neil deGrasse Tyson primero oía un sonido misterioso andando por el bosque; cuando éste se repetía más tarde nos interpelaba directamente, involucrándonos en el misterio; y finalmente nos presentaba una conclusión espectacular. El desfile de música y espectros lumínicos, además de ser una referencia al contenido del capítulo, era una promesa: el universo está lleno de maravillas que apenas hemos empezado a descubrir.

Regla del tres y además implicación emocional. Llora, pelotuda.

Cosmos es un ejemplo de divulgación exitosa porque no tiene vergüenza de hacer aquello que mis profesores de la facultad siempre insistían en que No Había Que Hacer: convertir un área científica en un cuento. La regla del tres es sólo uno de los muchos recursos narrativos que utiliza. Cada episodio de la serie tiene planteamiento, nudo y desenlace, pero también hace referencias a los anteriores y establece elementos que se resuelven en episodios posteriores. La serie nos involucra en las aventuras de personajes históricos reales, nos ofrece hermosas y poéticas descripciones de fenómenos naturales, y lo envuelve todo con una preciosa banda sonora firmada por Alan Silvestri. Los seres humanos siempre hemos recordado mejor las historias que los textos científicos; cuentos y poemas han sido durante milenios ayudas mnemotécnicas y registros historiográficos de pueblos y familias. La realidad es complicada, confusa e insatisfactoria, mientras que las historias son claras y fáciles de recordar. Además, la ficción, a diferencia de la ciencia, nos pide que nos involucremos emocionalmente, y no hay camino más directo al cerebro que el que pasa por el corazón. 

Durante mis años pataleando en brazos de la Academia me di cuenta de que les especialistas le tienen miedo a las emociones. Temen que si las dejamos entrar en nuestro trabajo lo rompan, lo contaminen, lo conviertan en un panfleto ideológico y el mundo se precipite gritando en una espiral de fuego. Pero, como ya dije hace unos meses, eso sólo ocurre si dejamos que nuestras emociones se nos impongan, no si trabajamos codo con codo con ellas y las aprovechamos para cosas útiles. Como hacer llegar nuestro conocimiento a un público más amplio, por ejemplo.

(además, qué quieres que te diga, ese pánico a las emociones me resulta irónico viniendo de un colectivo tan dispuesto a agarrarse a mordiscos por la interpretación de una lápida romana)

«Sí, mi último trabajo ha recibido ciertas críticas, pero aquí todo el mundo sabe que mE LO LLEGAS A DECIR A LA CARA Y TE CORRO A GORRAZOS, JOSE LUIS»

Me entristece cómo cosas como la fascinación, el deleite e incluso el amor y la compasión son consideradas reacciones infantiles que no nos sirven para aprender de verdad. En mi último año de facultad me quedé atrapada en un congreso con un compañero de clase al que detestaba (yo a él, por algún motivo misterioso, le caía bien). Hablaba como si le pagaran por ello y pasó el día haciéndome sentir pequeña y estúpida con su conocimiento enciclopédico y profunda pedantería; en algún punto, creo que hablando del Holocausto o de la Guerra de los Balcanes (y por “hablando” me refiero a él) protesté: «¿Por qué todo son números? ¿Por qué todo es contar las bombas y los cadáveres? Esos cadáveres fueron personas, ¿quiénes eran?». Él compuso una expresión de amable desdén y procedió a explicar con el tono que usaría con una criatura de seis años: «Mira, la historia es así. Puedes saltar a la fosa, llorar por los muertitos y ponerle nombre a cada uno, o puedes hacer algo útil». Los ojos aún me arden de humillación al recordarlo.

Pero ¿sabes qué? Se equivocaba. La empatía y el asombro no son enemigos del conocimiento. Son sus padres. La tierra de la que se alimenta. El comienzo de todo. Neil deGrasse Tyson es un reputado astrofísico con numerosas distinciones en su haber y miembro de diversas Academias, pero entre explicación y explicación no tiene ningún problema en bromear con el público, contarle anécdotas o hacerle subir lágrimas a los ojos. Porque así es como debería ser. Porque nos está explicando que el carbono de nuestros cuerpos proviene de estrellas muertas hace millones de años, y que nuestra especie existe porque un pequeño y asustadizo roedor se las arregló para sobrevivir a la brutal macroextinción del Pérmico.

Ambos son datos científicos. Ambas son verdades preciosas. Y yo no voy a olvidar nunca que en 1800 William Herschel se topó con la radiación infrarroja, que es invisible, sólo con un prisma, un puñado de termómetros y una ventana, porque Neil deGrasse Tyson me puso Rhapsody in Blue.

Eso, criaturas, es un aprendizaje de puta madre.

 

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2 comentarios sobre “«Es como un cuento»: una defensa de la divulgación

  1. Justo hoy me he acordado de que ya había pasado el día 9, así que habría artículo nuevo en este blog. Me alegra haberlo confirmado.

    Nuestro paso por la universidad fue muy distinto, por lo que veo. En Traducción, que es la carrera más de ciencias dentro de las humanidades (la llaman «la ingeniería de las letras»), nos insistían mucho en redactar de forma clara y comprensible, sin demasiadas florituras y con una puntuación, gramática y ortografía correctas. Supongo que porque la comunicación es el principal motivo por el que existe la traducción como disciplina: nuestro objetivo es hacer que personas que hablan dos lenguas distintas se entiendan, así que ser capaz de transmitir el mensaje bien es más importante que embellecerlo o que presumir de conocimiento. Los traductores e intérpretes somos uno de los mejores ejemplos de que no hace falta ser un experto en algo para hablar de ello, pues a lo largo de nuestra trayectoria profesional nos puede tocar lidiar con conferencias sobre implantes cocleares sin ser médicos o sentencias y contratos sin ser juristas, o incluso acabar visitando una armería e interrogando al dependiente para documentarnos porque la caza es un tema muy importante en la novela que estamos traduciendo. Luego, irónicamente, también sufrimos bastante intrusismo laboral o tenemos que aguantar muchos comentarios de que lo que hacemos «ya lo hace Google» o «puede hacerlo cualquiera que tenga un B1 en Inglés», pero eso ya sería otra historia.

    Soy una firme defensora de que se puede aprender mucho de cualquier cosa; incluso, me atrevería a decir que se puede aprender más de una serie, película, videojuego, canción o libro de ficción que de un tostón enciclopédico. Sin ir más lejos, el otro día, repasando para un examen, comenté que a lo mejor caería alguna pregunta sobre el motín del té y uno de mis alumnos a los que más les cuesta me lo explicó muy bien y con poco esfuerzo porque era una misión del Assassin’s Creed. Nunca he sido muy dada a ver documentales y esa clase de cosas, pero casi me han dado ganas de echar un vistazo a Cosmos después de leerte.

    Por último, quería decir que por fin he leído entero tu hilo sobre la ortografía. Yo siempre defenderé que haya reglas ortográficas y que se respeten, pero tienes mucha razón: por muy correctamente que sepas escribir las palabras, no sirve de nada si no sabes combinarlas de forma que el mensaje sea comprensible.

    ¡Nos leemos!

    Kate

    1. Qué feliz me hace verte por aquí cada mes, Kate. Siempre me muero por oír lo que tienes que decir ^^

      Me alivia mucho oír que hay disciplinas humanísticas en las que prima la comunicación por encima del almacenamiento, y que admita que es posible conocer algo sin ser experto; me pasé cinco años recibiendo ataques pasivo agresivos por «diletante». Bueno, ya puestas, también me alegro de que tu paso por la facultad fuera más feliz que el mío. Aunque ¿sabes algo muy gracioso? A mí también me insistían en que la Historia era, realmente, una disciplina científica que aplicaba el Método. Y creo que a la gente de Geografía también. Tengo la impresión de que lo que pasa es que en el fondo las carreras humanísticas aún tienen complejo de inferioridad respecto de las científicas y están intentando equipararse XD.

      Me meo con la historia de Assassin’s Creed y el motín del té porque es la típica anécdota que habría hecho que mis ex profesores tuviera uNA PUTA EMBOLIA XD. Videojuegos, ¡qué vergüenza! ¡El mundo colapsa, la civilización se hunde! (dios, es que los estoy oyendo bufar con desprecio en mi cabeza, nunca olvidaré ese sonido). Si al final ves Cosmos no olvides comentármelo! La verdad es que es una serie estupenda. Me estoy planteando pedirle a alguien que me la regale en DVD y todo, así podré verla en bucle y memorizar conceptos 😀

      Respecto a la ortografía, sé que emitir ese tipo de críticas puede despertar el pánico, pero eso es justamente lo que se pretende criticar: no que no haya que cumplir sus normas (tú ya me has visto escribir, sabes que soy muy rigurosa), sólo que las tenemos endiosadas y juzgamos a la gente en base a su memorización de ellas, lo cual muchas veces tiene más de clasismo que de preocupación educativa. Las reglas ortográficas son (este es un símil que uso mucho con mis alumnes) al lenguaje como las normas de la FIFA al juego del fútbol: son oficiales y se espera que se cumplan en momentos determinados, pero fuera de éstos se pueden doblar sin que el fútbol deje de ser fútbol. Estoy en proceso de desintoxicarme de ser una pedante ortográfica, iré informando XD

      Como siempre, es un placer poder comentar contigo. Gracias por seguir aquí siempre.
      ¡Nos leemos!

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