¿Por qué contamos historias?

¿Por qué contamos historias?

Ésta es la primera entrada de mi nuevo blog, y siendo yo escritora (bueno, intento de) mi primer impulso fue comenzar con unos párrafos acerca de “por qué escribimos”. Como cualquier otra persona que disfruta juntando palabras, podría divagar sobre este tema durante páginas y páginas.

El problema con el que me topé casi de inmediato es que, como es obvio, no he sido la primera en tener esa idea. Al igual que yo, miles de escritores se han vuelto hacia este tema para comenzar su andadura online, lo cual significa que en la blogosfera hispanohablante deben de haber millares de artículos como éste. Todo lo que yo pudiera decir sobre los motivos para escribir, ya ha sido dicho, y probablemente mejor. Así que pasé de largo, y seguí tirando del hilo. ¿Por qué escribimos? Para contar una historia. Pero ¿por qué?

¿Por qué contamos historias? ¿Por qué leemos novelas, por qué vemos series, por qué intercambiamos anécdotas y nos contamos cuentos inquietantes cuando la luz está apagada? Y aún más, ¿qué papel juegan esas historias en nuestra vida?

Tengo una teoría: todo lo que contenga símbolos en este mundo es, de alguna manera, una narración, ya sea un cartel informativo, una señal de tráfico o un afiche publicitario. Puede que la narración sea simplemente «el lavabo está veinte metros más adelante, a la izquierda», pero ya nos ha transmitido de manera efectiva un mensaje. Un símbolo, por otra parte, es la representación perceptible de una idea, y una de las cosas que diferencian al ser humano de los otros animales es su capacidad de pensar y comunicarse de manera simbólica. Siguiendo esta línea, una historia también es un símbolo, o un sistema simbólico: representa de manera tangible una serie de ideas, y requiere de un contexto para ser entendida, porque la relación entre símbolo y significado no es natural ni lógica, si no una convención social. Creo que, desde que el ser humano creó las versiones más básicas de lo que luego se convertiría en el lenguaje (¿qué es el lenguaje si no un conjunto de símbolos?) ha estado comunicándose a través de las historias.

«…y así es como cacé tres bisontes con los ojos cerrados». «Eso es un poco inverosí-» «CHT, NO ME FASTIDIES LA HISTORIA»

Así que ¿por qué las contamos? Tengo tres ideas.

Al comienzo de su primera película, “Carmina o revienta”, Paco León citaba una frase de Tom Clancy: “¿La diferencia entre ficción y realidad? La ficción tiene más sentido”. Nunca he seguido la obra de Tom Clancy (no soy fan de las novelas de espías), pero la película de Paco León se ha quedado conmigo todos estos años, en buena medida porque es una historia estupenda contada con muchísima ternura, pero también por esa frase del principio, porque creo que resume muy bien por qué narramos los seres humanos. Ésa es mi idea número uno: contamos historias porque tienen más sentido que la realidad.

La realidad, por usar un término artístico, es “sucia”: es confusa y está sin terminar, como el borrador de un dibujo o el primer esbozo de una coreografía. Tiene cabos sueltos, giros imprevistos que no sirven para nada, y muchas veces es directamente estúpida. La ficción, por el contrario, es “limpia”. Está contenida en un recipiente bien definido, empieza y acaba con claridad, sus giros y sorpresas sirven a un propósito último; por eso solemos buscar consuelo en ella cuando la realidad se vuelve absurda o injusta. La ficción, a diferencia de la vida real, tiene conclusiones comprensibles, y un mensaje claro.

Lo cual me lleva a mi idea número dos: contamos historias para enviarnos mensajes. Toda historia, cualquier historia, lanza un mensaje que va de emisor a receptor. La mayor parte de las veces, la transmisión de este mensaje es involuntaria: una no se sienta a decidir qué mensaje va a contener la leyenda urbana que está contando, la cuenta y ya está. Pero el mensaje se abre paso igualmente. Quién es el bueno, quién es el malo, qué debe dar miedo, qué debe dar rabia, todo eso viene contenido en el cuento. Las historias, y la forma en que las narramos, dan forma a nuestra realidad.

Whoopie Goldberg ha citado el rompedor papel de Nichelle Nichols como Nyota Uhura en Star Trek como la primera vez que recibió el mensaje de que una actriz negra podía interpretar cualquier rol, no sólo el de la criada.

Y ésa es, de hecho, la idea número tres: contamos historias para saber quiénes somos. Qué hacemos aquí, cuál es el fin de la vida, qué es importante y qué es superfluo, qué crímenes son graves y cuáles se pueden perdonar, cómo es la gente  y qué debemos esperar de ella. La leyes y los gobiernos pueden variar, pero las historias se quedan en el subconsciente colectivo, y son increíblemente persistentes, justamente por lo que decía al principio: porque tienen más sentido que la realidad. Las historias son la manera más sencilla y efectiva de transmitir una idiosincrasia, de desafiar el statu quo… o de reforzarlo. Las historias son ladrillos para sociedades; invisibles, pero ladrillos al fin y al cabo. Tienen un poder inmenso, mucho más de lo que normalmente se les reconoce (¿cuántas veces hemos oído la expresión “es sólo un libro/película/chiste, no le des tantas vueltas”?), porque los gobiernos pueden ordenar, y los ejércitos pueden matar, pero las historias nos susurran al oído y nos dicen qué creer, y qué desear. Y la mayor parte de las veces, no nos damos cuenta de que están ahí.

Por eso siento tanto interés por las historias, y por las narrativas: porque son constructoras de mundos, tanto dentro como fuera del medio elegido para contarlas. Contar una historia es esgrimir una herramienta que es también un arma. Qué se hará con ella, eso queda a nuestra elección.

Y de eso, entre otras cosas, quiero hablar aquí.

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